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Libreta 7a. Pág. 197 – Obra No. 759
En una sentida Silva nos narra un hermoso
diálogo entre el alma, Jesús y la Virgen María


Infancia Espiritual


¡Santa Virgen María!
Te consagro, gozoso, el corazón.
Este corazón mío
que estuvo siempre y hasta ayer, vacío,
y que hoy está repleto, Madre mía,
del más preciado don:
de Jesús, que ha querido
paternalmente darme
para que viva a tu regazo asido,
de Infancia Espiritual, una lección.

El amor lo hizo niño
no sólo en el establo de Belén;
que, por querer bajar hasta el estrecho
corazón de mi pecho,
en el blanco pesebre de una hostia
se hizo niño también.

Unidos ya su Corazón y el mío
y habiéndole rendido mi albedrío,
me dijo así: Vayamos a María;
descansemos los dos en su regazo,
que Ella es Madre tan tuya como mía.
Ven, disfrutemos ambos de un abrazo
de modo igual a como Yo lo hacía
de Belén en la gruta.
Pero, advertirte quiero
que tienes que imitarme: que primero
tienes que hacerte niño,
porque sólo disfruta
de su regazo, maternal cariño
y santa y celestial delicadeza,
quien tiene el alma limpia y revestida,
cual párvulo su vida,
con el blanco caudal de la pureza.

Pues, hazme niño Tú.
Si te hiciste Tú, muy bien puedes hacerme,
le dije suplicándole, y me dijo:
Pues, desde ahora lo serás, mi hijo.
Pero es que a más de serlo, en lo adelante,
pues para ello sóbrame eficacia,
vas a ser como Yo, por obra y gracia
de la Unión Transformante.
Es que quiero que puedas,
igual que Yo lo hacía,
dormir y reclinarte sosegado,
con corazón libérrimo y confiado,
en el santo regazo de María.

Si es ése de Jesús, Madre, el deseo,
ya en tus brazos me veo.
Es que quiero pagarte, Madre mía,
de tu mirada celestial la rosa,
con la misma sonrisa candorosa
con que el Niño Jesús te sonreía.


José A. del Valle