Libreta 4a.  Pág. 191 - Obra No. 390
En un Romance enseña dónde
quiere Dios que lo encontremos.

¿Quo Vadis?


Ven, dejemos para siempre
de la ciudad trajinera
el escándalo incesante
que tanto nos atormenta.
Ven, huyamos presurosos
de estas paredes y tejas
que, más que sombra en el cuerpo,
sombra en el alma proyectan.
Ven, de la ciudad huyamos;
Ven que el campo nos espera.
Mira que aquí reina el hombre
y Dios en el campo reina.

Ya bien atrás ha quedado
perdida entre la maleza,
de la casa más cercana
la roja y blanca silueta.
Sólo el alto campanario
de la centenaria iglesia
parece que nos atisba
y que nuestra fuga observa.
A pesar de la distancia,
aún hasta nosotros llega
el penetrante tañido
de sus metálicas lenguas.
Detente por un instante.
Cesemos en la carrera,
que si las campanas tañen,
es Dios quien habla por ellas.
¡Atención; que es Dios quien habla!
¡Abramos bien las orejas!

“¿A dónde váis, hijos míos?
Pero, ¿qué locura es ésa?
Salís de estampida huyendo
de estas paredes y tejas
porque teméis a su sombra
y porque pensáis que en ellas
es el hombre y sólo el hombre
quien ordena y quien gobierna,
y vais a rendirme culto
frente a la naturaleza
porque pensáis, infelices,
que en ella; que sólo en ella
podéis mejor adorarme
por estar de Mí más cerca,
y no sabéis que si al hombre
le dáis con amor la diestra
porque en él veis al hermano
y os enternece su pena
y su gozo es vuestro gozo
y su esperanza la vuestra,
a Mí la mano me dísteis
y el alma también con ella.
Me habréis, por tanto, obsequiado
con la más valiosa ofrenda.

¡Regresen, hijos, regresen!
Que si la naturaleza
es una prueba elocuente
de mi poder y mi ciencia
tanto el ángel como el hombre
son la más diáfana prueba
del amor inmensurable
con que doné la existencia

José A. del Valle

S. Juan de Pto. Rico, 30 de Nov. de 1969