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Libreta Primera Pág. 19 - Obra 58
Canto Lírico-Religioso en una Silva,
admirable por su elocuencia en alabanzas a la Eucaristía
al mismo tiempo que describe aquella hora solemne, en la que se libró
la batalla más grande de la historia: la del Gran Amor de nuestro Dios
contra el odio infernal de Satán.


La  Sagrada  Cena


Poema leído en la Iglesia de Monserrate de la Habana,
con motivo del Congreso Eucarístico celebrado en
dicha ciudad  en Diciembre del año 1947.

Corazones que amáis a Jesucristo;
que sois del Pan de Vida relicarios;
templos vivos de Dios; místicas flores
que en honor del Amor de los amores
transformaros podéis en incensarios;
almas que en alas de la fe más pura
subir podéis a la gloriosa altura
do mora el Dios de amor tres veces santo
para arder adorando su presencia
y allí, con la seráfica elocuencia
que presta la humildad, su excelsa gloria
os complacéis en bendecir, volemos
en esas alas de la fe bendita
por sobre el monte ingente de la Historia
y, en su cúspide misma, contemplemos
un milagro de amor que grabaremos
con gratitud eterna en la memoria

Mirad, mirad, la maga fantasía,
diabólica y cristiana al tiempo mismo,
hoy ha dejado el infernal abismo
en su afán de ofrecérsenos por guía
y es, por tanto, más viva y prodigiosa:
El velo tenebroso del pasado
ya rasgar ha logrado
con su varita mágica y divina.
Y nos muestra en sus éxtasis, gozosa,
una escena de amor: ¡ Mística rosa
bajo el combo zafir de Palestina!   
Y es en Jerusalén. Y es en el día
que llaman de los ázimos; la Pascua
ya se deja entrever con su alegría,
pero es también la hora grave y triste
en que va el sol su majestad perdiendo;
en que Oriente de sombras se reviste
en que, asaz tenebrosa
retorna el ave a la quietud del nido;
en que acalla la vida rumorosa,
como niña medrosa,
todo inútil estruendo, todo ruido.

La noche viene ya. Pero...¡qué oscura!
Nunca fue tan intensa su negrura,
Jamás la toca de la noche tuvo
tan densa lobreguez ni pesó tanto:
Es que nunca jamás Dolo y Envidia,
Odio, Error y Perfidia
desplegaron mejor su negro manto.

¡Ah! que la lucha tácita y silente
en que Noche y Aurora
empeñadas están eternamente;
la lídia que en el campo de las almas
el bien y el mal sostienen;
que Miguel y Satán siguen librando
para gloria de Dios, ¿Cómo podría
no darse ahora aquí, si es esta escena
que mostrándonos va la fantasía
y que finge ser plácida y serena,
la batalla más recia de la Historia?

No lo dudéis: Luzbel ha desatado,
y parece que alcanzan la victora,
sus más fieras y fétidas legiones;
ya se yerguen altivas; que han tomado...
(necesario es decirlo,
aunque ello nos abata o nos asombre)
del campo todo las mejores partes;
ya tienen el mejor de los baluartes:
¡El corazón del hombre!

Batalla sorda y sigilosa es ésta:
tanto, que sin temor se afirmaría
que quien logre mirarla plenamente,
poniendo en ella corazón y mente,
doble conspiración la llamaría.


Doble conspiración: Sí, que de un lado,
por el dolo y el odio aconsejado
y oculto cual reptil abominable,
el hombre miserable
en matar a su Dios está empeñado.
En tanto que ese Dios, de amor henchido
y en humilde cenáculo escondido,
porque vida eternal consiga el hombre
se desvela y conspira.
Y ha de vencer al fin; no lo dudemos;
en su táctica célica confiemos,
que el bien la dicta y el amor la inspira.
Mas, son del enemigo tan terribles
la astucia y osadía
que, ¿Quién puede soñar con la victoria?
¿Quién tiene el alma a la esperanza abierta,
si es la hora más trágica e incierta
de las tantas y tantas de la Historia?


De la derrota la nefasta hora
quien mirare la escena llamaría;
pero; no, que ya besa nuestra frente
con su luz esplendente,
un rayo de esperanza y de alegría.
Triunfaría Satán, si no surgiera
triunfante  y no latiera
desbordante de amor y poesía
de Dios el Corazón; si no estuviera
nuestro Dios empeñado
en hacer eternal ese momento
cenital de su amor; si no emergiera,
desparramando auroras a su paso;
radiante de amorosos resplandores;
sin temor a la muerte ni al ocaso,
esa Estrella de gloria, luz y guía
de futuras naciones;
esa Vida de tantos corazones;
ese Sol del amor: ¡La Eucaristía!
Oh, humildad del Verbo
ante la cual con gratitud me humillo!
¿Quién podrá en humildad aventajarte,
si eres Tú Amor de los amores, ¿Si eres el arte
de transformar lo excelso en lo sencillo?
Cuando a la pobre humanidad quisiste
redimir de la lacra del pecado
y en nuestra propia humanidad trocado
a la mísera Tierra descendiste,
no un alcázar que alzara la fortuna
ni una dorada cuna, revestida de sedas elegiste:
Soportando del frío los rigores;
y en medio a los hedores
de un establo mísero naciste.

Y ahora, mi Dios, de amor encandecido;
de tus doce discípulos rodeado
y en cenáculo pobre recogido,
el portento mayor has realizado
de cuantos pudo el corazón dictarte;
¡En pan, Señor; en pan te has convertido!
¡En el pan de las almas!
¿Cómo posible ha sido
que pudieras, Jesús, así humillarte?
¿Qué no puede el amor? Has exclamado
minuto tras minuto y día a día,
cada vez que en la sacra Eucaristía
tu milagro de amor has renovado.
¿Qué no puede el amor? Siglo tras siglo,
desde el altar do el sacerdote oficia,
como invitando a tu banquete exclamas;
¡y, en qué linfas de arrobo y de delicias
nos sume tu caricia,
¡Sagrado Corazón! ¡Cómo nos amas!
¿Qué no puede el amor? Vas repitiendo
de ciudad en ciudad, de villa en villa
y de altar en altar, como diciendo:
No es sólo que humillarme haya podido;
es que sé levantar a quien se humilla.
Mirad: si el pan ha sido
a tan alta misión predestinado,
sólo a su humilde condición lo debe:
Por ser sencillo y leve
quedó en mi propio cuerpo transformado.
No olvides, hombre, la lección; no olvides
que es tal la fuerza con que amor me obliga,
que me abato y me abismo
por levantar hasta mi cielo mismo
a todo aquel que con su cruz me siga.
¡Señor! ¡Señor! ¡Qué osada mi garganta
que se atreve a cantar tanto prodigio;
excelsitud y maravilla tanta!
¿Qué tributo mejor puede ofrendarte,
Hostia santa y divina,
en su afán de servirte y de adorarte
la humanidad mezquina,
que rendir ante Ti la altiva frente,
como el hijo obediente
que al padre escucha y la cerviz inclina?

Si todo el indeciso te siguiese,
¡oh, Sol de amor! Si todo el que extraviado
por los caminos de la vida marcha,
se detuviese un punto;
¡un punto nada más se detuviese!
y en ansias de orientarse;
en ansias de vivir y de salvarse
a Ti los ojos con amor volviese....

Si las naciones todas de la Tierra,
(que no otra cosa que la paz persiguen
y que sólo consiguen
eterna confusión y eterna guerra)
se volviesen a Ti, Rey y Dios mío,
lograrían su anhelo
de transformar en cielo
este rincón de penas y de hastío.

Bien sabes que mi patria no es de aquellas
que te niega, Señor. La patria mía
cifra en amarte su mayor orgullo.
Podrá algún hijo suyo,
llevado de extraviada fantasía
olvidarse de Ti;  pero quedamos
reparando la falta o desvarío,
los que sin miedo al mundo te aclamamos;
los que del alma tu morada hicimos;
los que ardiendo de gozo repetimos:
¡te adoramos, Dios-Hostia, te adoramos!

José A. del Valle
20/12/1947