Ép. y Míst. Pág. 113 - Obra No. 46
Poema Religioso

SUBAMOS


A mis hermanas, con todos los
ruegos a Jesús porque no las
abandone en la ascención.


Este valle en que estamos desterrados
los hijos todos de la Patria eterna
plagado está de tantas alimañas,
tan denso es el boscaje que lo puebla,
lo atraviesan tan múltiples caminos,
tantos son los pantanos que lo anegan,
que no hay mortal alguno que al cruzarlo
no se abisme o se pierda,
si de la triste noche de este valle
desgarrar se propone las tinieblas
con la antorcha mezquina y deleznable
de nuestra inteligencia;
que hace falta otra luz aún más potente
para cruzar por tan oscura selva:
la luz divina de la fe cristiana.
¡La Luz, Jesús, de la Palabra vuestra!
Pero ¡ah! no todo es sombra, no, que en medio
de este valle en que el alma vive presa,
la montaña del Gólgota levanta
su altiva cumbre de esperanza eterna.
¡Sí! cual faro inmutable,
un surtidor de luz refulge en ella,
que desgarra las sombras de esta noche
con sus rayos de amor y de promesas.
Esa es la fuente de las aguas vivas;
mas, no esperéis que hasta el hondón desciendan
a mezclar sus vivíficos cristales
con estas aguas muertas
que en los sucios pantanos de la vida
la sed aplacan de las almas ciegas.
¡No! Que tan dulces linfas
en la cumbre del Gólgota se quedan,
y hay que subir por la pendiente abrupta
con una cruz a cuestas
siguiendo al buen Jesús, si es que se quiere
mirar el Cielo retratado en ellas
y con ellas calmar la sed ardiente
que a tantas almas religiosas quema.
¡Subamos, pues, subamos a la cumbre,
subamos con la cruz la dura cuesta;
que todo será paz cuando bebamos
las frescas aguas de la vida eterna!

José A. del Valle