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Libreta 11a. Pág. 82 – Obra No. 1166

Fuga  y  Regreso

Recuerdo que me aguardaste
con un amor infinito
en el refulgente cielo
de tu Corazón Divino
mientras fui, mi buen Jesús,
casto e inocente niño.
Pero con la adolescencia;
esa edad en que sufrimos
tales cambios en el cuerpo
que sacuden nuestro espíritu
y que son tan incesantes
que nos tornan tornadizos...
En esa edad y esa crisis,
¡perdóname, Jesucristo!
por la puerta que es la herida
de tu Corazón Divino
me escapé para internarme
en ese bosque infinito
de la maldad y el pecado;
y en el que están los vestigios
de la lascivia y el fraude,
del odio y del egoísmo,
y las miles de alimañas
de satánicos instintos
que con solapada astucia
me clavaron el colmillo.

Por eso volví sangrante
a esa puerta, Jesucristo,
que mantienes siempre abierta
de tu Corazón Divino.
Me dejaste entrar por ella
del modo que hube salido.

Pero, como sé que el mundo
tiene perversos designios
porque en el maldito infierno
es que se ha convertido,
y sé que en él mis hermanos
corren terrible peligro,
y vivo en tu Corazón
el anticipado empíreo...
con todas las energías
de mi alma te suplico
que no cierres esa puerta
nunca jamás, Jesucristo,
para que aquellos que huyendo
vengan del mundo maldito
no tengan que detenerse
y entren por ella, Dios mío,
como yo, que sin pedirte
que me otorgases permiso
(pues sé que no se lo niegas
a ninguno de tus hijos)
la crucé como quien era;
un perfecto fugitivo,
jadeante, esperanzado,
sangrante...¡y arrepentido!

José a. del Valle
Miami, 11/12/88