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Libreta 11a. Pág. 105 – Obra No. 1180

No  le  Llames Pedigüeña...

Siempre que en la Eucaristía
bajas, Jesús, a la estrecha
covacha del pecho mío,
a pesar de tu realeza;
de que eres Rey y Señor
de los cielos y la tierra,
mi alma, que con mil ansias
y desazones te espera
porque el amor la consume,
hecho niño te contempla.
Hace del diafragma cuna
en la que después te acuestas;
del corazón hace almohada,
pone en ella tu cabeza
y, en vez de mecer la cuna
para arrullarte y que duermas,
se postra ante Ti, mi Dios,
extática te contempla,
te acaricia de mil modos
y veces miles te besa
porque además de adorarte
quiere que dormir no puedas
para que atento la escuches;
la escuches y le resuelvas
una serie interminable
de difíciles problemas
que si no se los resuelves;
si tu auxilio no le prestas,
es imposible, Dios mío,
que ella resolverlos pueda.
No quiero que por ser tantos
me le llames pedigüeña;
es que si Tú no la ayudas
mal terminará la fiesta.

Escúchala, Jesús bueno,
que si en Ti confiada espera,
es porque sabe que eres
bondadosa Omnipotencia.

Miami, 11 de febrero de 1989