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Libreta 11a. Pág. 87 – Obra No. 1171

El  Pino  y  el  Hombre

Empina el pino su copa;
también empina el borracho
la copa que en la taberna
logró coger en la mano.
Y van los dos por sus dioses
alegremente brindando:
el pino, por ese Dios
misericordioso y santo
que lo ha mantenido enhiesto
por muchos y largos años,
y eleva en acción de gracias
a ese su Dios, esos brazos
de verdes y finas hojas;
cuerdas que gozan vibrando
de la brisa a las caricias,
y elevan todas un salmo
todo encanto y poesía,
al Dios trino y uno y santo.

Volvamos la vista al hombre;
a ese ser por Dios creado
y que para que pudiese
reconocerlo y amarlo
como por ser Dios merece
ser conocido y amado,
lo exornó con una mente
en la que dejó un chispazo
de luz santa e increada
para que pueda atisbarlo;
con un corazón que quiso
de arcilla hacerlo o de barro,
pero puso en él su amor
porque quiso transformarlo
en templo que atesorase
la realeza de un sagrario.

Todos estos atributos
y excelencias y regalos
le regaló Dios al hombre
porque se goza en amarlo...
y vamos al que por necio,
por estulto e insensato;
por olvidarse de Cristo
y rendirle culto a Baco,
cual Nabucodonosor,
(el rey en bestia trocado)
de rey de la creación...
¡infeliz! descendió tanto,
que aún más bajo que la bestia
veo a ese rey destronado:
porque al sumirse en el vicio
quedó, mi Dios, tan abajo,
que ha quedado convertido
de refulgente sagrario...
(dolor me causa decirlo)
¡en miserable guiñapo!

José A. del Valle
Miami, 21 de Nobre. De 1988