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Lib. 5a.  -  Pág. 33  -  Obra No. 412
Romance en el que describe el espejo de su alma: Primero
cuando pecador y más tarde, el cambio que sufrió ese mismo
espejo, después de haber sido transformado por Dios.

Amoroso  Portento   


Para interiormente verme,
cierta vez (hace ya tiempo)
cerré todos mis sentidos
y penetré bien adentro.
Y vi que el alma, mi alma,
era un excelente espejo;
pero que, por empañado,
deslucido y polvoriento
y por ser cóncavo a veces
y otras veces ser convexo,
según el lugar aquel
de donde soplase el viento,
las imágenes que en él
miraba del mundo externo
eran pálidas y turbias
y horribles en grado extremo;
eran monstruosas, deformes;
tanto...¡que me daba miedo!

Deambulaba por la vida
con los ojos bien abiertos,
por esa sed de belleza
que nos abrasa por dentro;
y, lejos de deleitarme,
en lugar del gozo estético,
era una cruel pesadilla
lo que estaba yo viviendo.
Tan trágica y tan horrible.
Que hoy afirmo, a su recuerdo,
que de la duda y del odio,
de la sospecha y del miedo,
del pesar y del hastío
me transformé en aposento.

Pero un día; feliz día,
llamó a mi puerta el Dios bueno.
Le abrí, porque su llamada
era un reclamo tan tierno,
que vi su amor hecho flor
de mi alma en el espejo.
Y me regaló su gracia
que, tras brevísimo tiempo,
hizo de mi espejo curvo,
deslúcido y polvoriento,
otro tan límpio y tan plano,
que es como un lago tranquilo
copiando, extático, el cielo.

Y voy de entonces acá
cantando como un jilguero
y reflejando amoroso
de mi alma en el espejo,
de los cielos y la tierra
todo lo bueno y lo bello.
Y voy de entonces acá
gozoso, alegre, risueño,
jubiloso y optimista
bajo la paz de los cielos,
porque, ¡oh mágia del Amor!
Por amoroso portento,
¡el Dios de cielos y tierra
se hizo cristal de mi espejo!

José A. del Valle
S. Juan de Pto. Rico, 26 de Spt. de 1970