Ép. y Míst. Pág. 85 - Obra No. 29
Sexteto Lira

San Andrés

En la cena del día de San Andrés,
onomástico de mi querido padre.

Otra vez, como en años anteriores,
volvemos, padre mío, en tus honores
a congregarnos de la mesa en torno,
con las ansias del triste pregrino
que sacude la nieve del camino
para acercarse al horno.

Otra vez aquí estamos, padre mío,
en esta noche de Noviembre frío
a buscar el calor de tu cariño;
que al hombre bueno, cuando al padre mira,
le entristece ser hombre; ¡sí! suspira
por volver a ser niño.

Y más suspira cuando ve a su lado
el rostro idolatrado
de su buena mamá;
por eso aquí suspiro doblemente
por ser niño inocente:
porque ella aquí también calor nos da.

Por eso es que, solícitos y atentos,
desbordándose el alma en sentimientos
que preces hechos los recoge Dios;
con júbilo sin tasa;
volvemos hoy a la paterna casa:
¡porque vivís los dos!

¿Cómo no han de trocarse en oraciones
las tiernas emociones
que de los padres el cariño inspira,
si tan melífluas son y tan sabrosas
que no las pueden traducir las glosas
de la más áurea lira?

Pobre del hijo aquél que no alce al Cielo
su voz en gratitud, por el consuelo
de que viven sus padres ancianitos,
el que a Dios no le dé gracias por ello,
no merece el más pálido destello
que palpita en los orbes infinitos.

Mas, dejemos tan serias reflexiones
y oigamos lo que nuestros corazones
con su latir acelerado dicen:
los nuestros, que os adoran;
los vuestros, que atesoran
celestial bendición, ¡y nos bendicen!

Es por eso que somos vuestros hijos
en ventura prolijos:
el amor que hay en estos corazones
llega a los vuestros, se agiganta, crece,
y luego en vuestros labios aparece
transformado en propicias bendiciones.

Ambiciosos de paz y de ventura
cual toda criatura,
pidamos, cada cual con sus amaños,
que a esta casera cena,
que a esta filial y paternal escena
volvamos muchos años.

Volvamos muchos años sin que aquella
que con guadaña cruel deja su huella,
nos arrebate a alguno de la vida;
mas, ¡ay! tal pensamiento
sacude el sosegado sentimiento
y abre de nuevo restañada herida.

Bien; escuchadme ahora:
si esta feliz y nacarada hora
nos permite la vida repetirla,
nunca a la parca mesa nos sentemos
sin que a Jesús roguemos
que venga a presidirla.

Si ansiosos de su amor hacemos eso
y en nuestras almas lo llevamos preso
por todo el tiempo que en la Tierra estemos,
será nuestro vivir sereno y puro
y además os auguro
que con El en la gloria cenaremos.

José A. del Valle
30-11-39