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Libreta 10a. Pág. 73 – Obra No. 1038

¡Oh Prodigios del Recuerdo!

Confieso que soy goloso
y que por el chocolate
cometí mil pecadillos
por robárselo a mi madre
en mi niñez, ya que nunca
lo guardaba bajo llave.
Claro está que la estrategia
era en tal caso importante:
Ver dónde mi madre estaba
para lanzarme al ataque.
Visto el campo despejado,
sin encomendarme a nadie
me metía en la cocina
como una flecha en el aire;
halaba de la gaveta,
cogía del chocolate
un canelón, lo miraba
como cosa insuperable,
y como otra flecha...¡zas!
Iba a parar a la calle
para, muy tranquilamente
saborear mi chocolate.

Hoy, que ochentaiun abriles
tengo, y que no tengo a nadie
que mis ocios entretenga,
que me atienda y me acompañe
porque la mujer que el cielo
(para que me acompañase)
se dignara darme un día,
ya no puede acompañarme
por estar de Dios gozando...
Hoy, cuando hago chocolate,
(ya que tengo yo que hacerlo
porque nadie me lo hace)
el vistazo que a hurtadillas
tiraba sobre mi madre
para, aquella golosina
gustar, tras escamotearle,
hace surgir en mi mente
su figura venerable...
y, ¡oh, prodigios del recuerdo!
porque veo su semblante,
me sabe el que en soledad
tengo yo que prepararme,
¡muchísimo más sabroso
que aquel que gusté robándole!

José A. del Valle
Miami, 7 de mayo de 1986