Libreta 9a. Pág. 59 – Obra No. 921

A Mis Libros,

con motivo de mi parcial ceguera.


Si por vosotros sé que toda prueba
por la que el alma pasa
nos la envía el Señor, que sepáis quiero
que la paz de mi alma no se altera
cuando, al llegar a casa
esta parcial ceguera
me impide saborear, como solía,
nuestro ideal coloquio
en un ambiente que, si fue sereno
lo fue por vuestra amable compañía.
Amable y santa, sí, porque yo he sido
quien, tras de ver el místico sentido
que tenéis de la vida
y que sois de Jesús adoradores,
del todo enardecido
os he por compañeros elegido
para rendirle adoración y honores.

Yo nunca os he tenido
por de papel rimero.
Siempre que estuve en vuestra compañía
y el coloquio amigable sostenido,
en vosotros he visto...¡soy sincero!
¡Almas como la mía!
Almas como la mía que, si fuisteis
algunas ya por el Señor llamadas,
estáis aquí conmigo todavía:
Lo que en vida escribísteis
fueron palabras todas inspiradas
por el Amor Divino.
Por eso aquí se realizó el portento
de que a pesar de vuestra triste ausencia,
cual si hubiéseis estado en mi presencia,
me guiásteis del cielo en el camino.

Eso es lo que añoro,
¡amigos de mi alma!
El no poder volver a deleitame,
aunque pódéis hablarme,
con vuestro verbo místico y ameno
cuyo caudal pacífico y sereno
mis ansiedades e inquietudes calma.
Es que los ojos son a la lectura
lo que al habla el oido...
y, ya veis cómo estoy. Por eso os pido
le pidáis a Jesús confiadamente
que esta visión oscura
en que me sume mi parcial ceguera,
la arranque de mis ojos
y vuelva yo a gozar a mis antojos,
de nuestra charla dulce y placentera.
Pedídselo a Jesús; si en ello insisto
es porque no os he visto
como un rimero de papel, jamás.
Sois almas de razón esclarecida;
de religiosa vida,
amantes y pensantes
como lo es la mía y las demás.

Los que ya estáis de Cristo en compañía
y los que en esta vida todavía
sois en su amor y su loor constantes,
elevad esta súplica al Señor:
“Que nos vuelva a escuchar como solía,
cuando con claros ojos nos leía.
Que nos vuelva a escuchar, porque queremos
que nunca olvide que eres su destino,
y el deber sacratísimo tenemos
de seguir señalándole el camino.
Que nos vuelva a escuchar, para que el día
glorioso y sempiterno
que a los que a Ti clamaron
y con rendido corazón te amaron,
regalarás, Señor,
de él en compañía,
contemplemos con célica alegría
la divina alborada de tu amor.

José A. del Valle