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Libreta 6a. Pag. 185 - Obra No. 562
Conversa con su corazón en la soledad de su biblioteca
acompañados los dos por grandes amigos: todos los grandes
teólogos, santos y sabios que están presente en los libros.

Santa y Sabia Compañía

Solo estoy en mi amada biblioteca.
Bendigo este rincón
que me aisla del mundo y de la gente
para poder en él, plácidamente,
conversar con mi propio corazón.

Cuando charlamos, corazón, creemos,
porque a nadie más vemos,
estar sólos tú y yo;
pero al mirar repletos los estantes
de libros superiores e importantes,
comprendemos que no:
que nos hacen fraterna compañía
santos, sabios, letrados
de corazón y mente saturados
de santa y sustancial sabiduría.
Es que puede este amable rinconcito,
por prodigioso arte
que adjetivamos ambos de bendito,
hacernos ver que en él hay soledad,
para que así podamos, mutuamente,
y sin temor a la importuna gente,
dialogar con entera libertad,
cuando, en verdad estamos
entre sabios doctores.
Doctores de la Iglesia; los mejores
que dio la Humanidad,
porque tuvieron por ansiada meta
ver el alma repleta
de verdadera ciencia y santidad.

Cuando contigo, corazón, converso,
de altas cuestiones con placer tratamos,
y los dos con afán nos esforzamos
por perpetuarlas en humilde verso,
porque también nuestro ideal tenemos:
Que todo el que nos lea,
como nosotros crea
que a Dios amor y gratitud debemos.

Cuántas veces los dos hemos tenido
en verbal y amigable recorrido
por campos de la santa Teología,
que recurrir a un guía;
a uno de esos teólogos sesudos
que parecen dormir o que son mudos,
y que están en la abierta estantería.
Tan docta compañía
conoce el más oculto caminito.
Por eso en estos viajes
contemplamos paisajes
que a más de que nos calman y serenan,
extáticos nos dejan y nos llenan
de un placer exquisito.

Por eso siempre, corazón, ansiamos
venir a nuestro amado rinconcito:
porque en él nos llenamos
de cristiana alegría;
porque es la bella fuente en que logramos
saciar la sed de excelsa poesía.
De poesía inmaculada, pura;
la que nos colma el alma de ventura,
de santa paz e inalterable calma
¡la que apetece el alma
de toda equilibrada criatura!

Por eso, corazón, este consejo
a todo aquel que nuestros versos lea
y sinceros los crea,
para guía del alma se lo dejo
cual valioso presente:
¨Nunca aceptes de modo indiferente
como amigo, a cualquiera.
Por hacerlo de apática manera
más de uno en la vida fracasó.
Imítame; que sé lo que te digo:
Al igual que los libros, el amigo
lo selecciono yo:
que, si no tiene el que amistad me ofrece
virtudes de cristiano,
aunque ante Dios lo tenga como hermano,
mi amistad no merece.
Rotundamente le contesto: ¡No!¨

José A. del Valle
San Juan de Puerto Rico, 14 de Nov. de 1976