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Libreta 10a. Pág. 97 – Obra No. 1051

A Don Enrique Cueto,

                    por su noble gesto                     


Cuando la guerra civil
con que dasangrose España,
de los bandos contendientes,
uno, de las dos campanas
que la iglesia de tu aldea
tenía en sus espadañas,
soñando con la victoria,
hizo mortíferas armas.

Y con humilde cencerro
(para reparar la falta
de las campanas aquellas
cuya voz era plegaria,
y que diabólicas artes
por la soberbia inspiradas,
transformaron en la horrible
voz de rugiente metralla)
el buen cura de la aldea
a los fieles congregaba.

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¡Cómo a los humildes Dios
suele, a veces, levantarlos!
¿Queréis cosa más humilde
que un cencerro? Y... sin embargo,
Dios le dio la alta y sublime
misión de glorificarlo.
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Muchos años estuvieron
ansiando las espadañas
de tu aldeana iglesita,
volver a tener campanas.
Pero, un día...¡Feliz día!
en viaje que diste a España
desde la tan generosa
nación norteamericana,
un gesto que te enaltece
y que de tu fe nos habla,
hizo que hoy (porque sufriste
en lo profundo del alma
al ver de la humilde iglesia
vacías las espadañas)
la voz de Dios resonando
en toda aquella comarca,
vuelva a llamar al rebaño
como antaño lo llamaba.

Y el poeta, que, gozoso
y alegre tu gesto canta,
te dice que cuando tañen
esas alegres campanas
que, generoso, donaste,
tú también por ellas hablas,
y le dices a tu Dios
desde el hondón de tu alma
en los alegres tañidos:
¡Gracias! ¡Gracias! ¡ Gracias! ¡Gracias!
Gracias, mi Dios, porque pude
cómodamente donarlas.

Gracias también por la vida
fecunda, feliz y larga
que con hijos y con nietos
y una esposa que me ama,
en santa paz la disfruto
en la quietud de mi casa.

Y gracias también, Dios mío,
porque cuando la nostalgia
me lleva hasta la campiña
do se deslizó mi infancia,
veo que tu voz divina,
que resuena en campanadas,
colma de santa alegría
mi humilde aldea asturiana.

Sinceramente,
José A. del Valle
Miami, 11 de junio de 1896