Ép. y Míst. Págs 88-90
Obra No. 31 – Fantasía Didáctica

DOS  MUNDOS


(A mi hijo)

Sentado en la playa de un mar sosegado
que dando a la arena sus besos se aduerme,
la frente apoyada sobre la siniestra
cual si meditase, cual si pretendiese
saber los profundos terribles misterios
que el mar atesora porque a nadie quiere
contárselos nunca,
un adolescente
sueña con regiones de otros horizontes;
con tierras del norte bordadas de nieve;
con campos abiertos al sol y a la brisa
del cálido Oriente.
Llevolo la nave fugaz de sus sueños
a aquellas regiones incultas y agrestes
do rugen las aguas del Congo, cautivas
del tajo infecundo tras el que se pierden
al fin, devoradas por todas las ansias
de un mar impaciente.
Japón, con su flora que es toda prodigio,
brindole sus flores y frutos y mieles;
sus puentes de nácar mostrole la China;
la magia que en blonda la piedra convierte
robársela quiso con arte a la India
mirando en mutismo sus templos ingentes.

Boreales auroras sus mantos le abrieron
al par que caprichos tejiole la nieve;
la Australia le dijo: contempla mis aves;
verás que no hay tierra que pueda ofrecerte
las raras especies, a más de ser tantas,
que Australia te ofrece.
Y América virgen, asaz generosa,
le dijo: detente,
que encierro tesoros que nunca los hombres
por más que se empeñen,
podrán agotarlos con todas sus ansias
y sus avideces.
Mirábase dueño de tales tesoros y galas
nuestro adolescente,
cuando un viejo lobo de mar, que en la playa
secaba sus redes,
le dijo al oído, sacándolo al punto
del barco en que rauda viajaba su mente:
-Buen joven, ¿qué recias cadenas te ataron
que igual que si fueses de piedra, te tienen?
-No, no son cadenas, buen viejo, son alas;
las alas potentes
y raudas y leves de mi fantasía,
que en rápido vuelo quisieron hacerme
señor absoluto de cuantos tesoros
avara, retiene la esfera terrestre.
-Pues oye, mancebo; jamás las riquezas
que el mundo atesora podrán ofrecerte
la paz y la dicha y el gozo inefable
que dan las riquezas que el alma posee.
Tú tienes un mundo guardado en ti mismo
con más maravillas y más sorprendentes
paisajes y galas y notas, que el mundo
que vimos absortos los dos, tantas veces:
viajando tú en alas del cálido ensueño;
yo en barcos de vela retando la muerte.
Tu mundo, el que llevas en ti prisionero,
jamás lo abandones por este terrestre.
Cultiva tu mundo, cultívalo joven,
verás qué tesoros eternos florecen
si besa la lluvia de santa alegría
los campos del alma, y en estos, simientes
de amor, sacrificio y anhelos de Cielo
derramas con creces.
Si no lo cultivas, no esperes ventura,
ni gloria, ni dicha, ni sanos placeres.
Si no lo cultivas, de ortigas y cardos
será la cosecha que habrá de ofrecerte.
Si no lo cultivas... serás miserable
¡doquiera que fueres!

José A. del Valle