Libreta 10a. Pág. 33 – Obra No. 1017

Dos Maestros

Allá en mi pueblo natal
asistí, siendo muchacho,
a un colegio en que el maestro,
(un profesor consumado
cuya memoria venero)
con una palmeta en mano
y el día que él estimase
conveniente, para darnos
perfecta lección de higiene,
puesto en fila el alumnado,
revisaba a uno por uno,
palmas y uñas de las manos.

El que sucias las tenía
se llevaba el palmetazo;
y al que limpias, lo premiaba
entregándole, ipso facto,
cierto número de puntos
que íbamos acumulando
para, al terminar el curso,
en aquel suntuoso acto
de repartición de premios,
recibir un buen regalo.

De este colegio del mundo
en que estamos los humanos
la alta ciencia de la vida
en aprender empeñados...
De este colegio del mundo...
y el día menos pensado...
va a llamarnos el Maestro
para ver, palmeta en mano,
cómo las manos tenemos.
Si límpias, para premiarnos;
si sucias...¡no hay quien se escape
de llevar el palmetazo!

Del palmetazo, lector,
(y esto es lo triste del caso)
es el escozor tan fuerte,
tan ardiente y extremado,
que el infeliz que lo sufra
estará...¡da horror pensarlo!
¡eternamente gimiendo!
¡Eternamente llorando!

Y, aquel que cuando lo llame
le muestre limpias las manos,
obtendrá, puesto que el curso
se habrá, sin duda, acabado,
no un regalo como aquellos
que, aunque efímeros y vanos,
nos colmaban de contento.
¡El mejor de los regalos!
Una vida en la que viva...
¡causa deleite pensarlo!
¡eternamente feliz!
¡Eternamente gozando!

José A. del Valle
Miami, 16 de febrero de 1986