Libreta 4a. Pág. 1 - Obra No. 285 –
Romance en el que narra la súbita conversión de un comunista
que con planes perversos entró en un cursillo y en un acto fingido
ante el Sagrario cayó como Pablo, rendido.
Romance en el que narra la súbita conversión de un comunista
que con planes perversos entró en un cursillo y en un acto fingido
ante el Sagrario cayó como Pablo, rendido.
Otro Pablo
(Histórico)
Iba cayendo la noche
sobre el viejo monasterio.
Y de idéntica manera
que van las aves volviendo
a la quietud de sus nidos,
buscando abrigo y consuelo
tras la pasada tormenta
cuyos desatados vientos
dejaron en su plumaje
(ayer limpísimo y terso)
de los sucios pantanales,
manchas de fétido cieno,
medio centenar de almas
que vienen del mundo huyendo,
y que, cual aves que tienen
manchado el plumaje regio
con el lodo del pecado
en que, torpes, consintieron,
van llegando, fatigadas,
buscando también consuelo
como las cansadas aves
al nido del monasterio.
De cristiandad un Cursillo
están, a tomar, dispuestos
los cincuenta pecadores
que, a más de su desconsuelo,
gravitando está en sus almas,
con imponderable peso,
esa pregunta inquietante,
saturada de misterio,
que todos los cursillistas
al ingresar, nos hacemos:
esto ¿qué será, Dios mío?
Dios mío: ¿qué será esto?
y que, de Dios la palabra,
según la vamos oyendo,
nos la disipa de modo
que en vez de sentir su peso,
sentimos dentro del alma
toda la luz de los cielos.
Hay entre aquellos cincuenta,
uno, que no es como el resto.
Uno que, con malas artes,
con planes torpes y aviesos
e intenciones solapadas,
unióse a sus compañeros
fingiendo ser un creyente;
y aunque pecador, cual ellos,
lejos de buscar a Cristo
la paz, el gozo y consuelo
que El derrama a manos llenas
tras el arrepentimiento,
iba en busca de la clave
conque, al decir de los necios,
“saben los curas dormirnos
con sus celestiales cuentos”.
Otra vez cayó la noche
sobre el viejo monasterio.
Y a pesar de que invitaban
la capilla y su silencio
a santas meditaciones
y a santo recogimiento,
aquel pecador rebelde
acercose al presbiterio;
ante el sagrario postrose,
fervor y piedad fingiendo.
Indiferente y callado
mantúvose largo tiempo,
hasta que, por obra y arte
de la gracia del Dios bueno,
en el alma aletargada
de aquel hombre sordo y ciego,
hízose fulgor la sombra;
hízose voz el silencio;
hízose llanto la intriga,
y el dolo, arrepentimiento.
Nadie saber ha podido
(porque quedó en el misterio)
qué palabras; qué miradas;
o cuales las artes fueron
con que Jesús, amoroso,
de aquel impío y escéptico
hizo un creyente piadoso
en sólo un fugaz momento.
De conversión tan extraña,
esto tan sólo sabemos:
que ya en pie; lívido el rostro;
lloroso al par que risueño,
estas palabras brotaron
de aquellos sus labios trémulos,
ante los ojos absortos
de todos sus compañeros:
“Señores: yo no he venido
con ese entusiasmo vuestro
a hacer el Cursillo; ¡no!
Vine con fines aviesos.
Vine cumpliendo consignas
de unos enemigos vuestros.
Entré solapadamente
a descubrir el secreto
y la táctica que emplea
la Iglesia con sus adeptos.
Porque tenéis que saber
que he sido hasta este momento
perseguidor de la Iglesia
y enemigo el más acérrimo,
de ese Dios al que tenía,
en mi ofuscado cerebro,
por un fantasma cualquiera
fabricado por los vuestros.
Soy comunista, señores.
Comunista... ¡y de los buenos!
Ya sabéis con tal vocablo,
lo que deciros pretendo:
que soy lider, y por tanto,
peligroso en grado extremo.
Pero, no temáis; oídme:
que voy a hablar un momento,
contrito y arrepentido,
con Dios... ¡en el que ya creo!
Con ese Dios amoroso
que es tan mío como vuestro.
Jesús: aquí me tenéis
a luchar por Vos dispuesto.
En un rollo nos contaron
lo que en San Pablo habéis hecho:
de vuestro cruel enemigo,
vuestro apóstol más egregio.
Como a San Pablo, me echásteis
del caballo de mis yerros.
Como San Pablo, Dios mío,
con hondo arrepentimiento;
con lágrimas abrasantes
(que también me tienen ciego)
de rodillas ante Vos,
solemnemente os prometo
que habré de ser otro apostol
de vuestro santo Evangelio.
Y en prueba de lo que digo,
mirad: me arrodillo...y... ¡esto!
esto que tengo en mis manos
y que amé por tanto tiempo;
esto que por largos años
lo tuve por un trofeo;
esto que ostenté orgulloso
y que hoy, con verguenza, os muestro...
mi carnet de comunista,
pedazos y trizas hecho,
a vuestras plantas lo arrojo,
y en vuestros brazos me entrego”.
Hechos pedazos y trizas,
rodó el carnet por el suelo.
Quedando, en tanto, aquel hombre,
frío; sudoroso; trémulo;
suspirando; sollozando,
y a Dios adorando a un tiempo,
con el inclinado rostro
por ambas manos cubierto.
Tras un profundo suspiro,
quedó la escena en silencio.
Silencio que aquellos hombres
a romper no se atrevieron,
y que cesó cuando, absortos
y arrobadamente oyeron
que los ángeles cantaban
el Gloria in excelsis Deo...
a cuyos santos acordes,
lentamente descendieron
haces de luz de la gloria
sobre el viejo monasterio.
José A. del Valle
Paterson, 17 de Marzo de 1964
sobre el viejo monasterio.
Y de idéntica manera
que van las aves volviendo
a la quietud de sus nidos,
buscando abrigo y consuelo
tras la pasada tormenta
cuyos desatados vientos
dejaron en su plumaje
(ayer limpísimo y terso)
de los sucios pantanales,
manchas de fétido cieno,
medio centenar de almas
que vienen del mundo huyendo,
y que, cual aves que tienen
manchado el plumaje regio
con el lodo del pecado
en que, torpes, consintieron,
van llegando, fatigadas,
buscando también consuelo
como las cansadas aves
al nido del monasterio.
De cristiandad un Cursillo
están, a tomar, dispuestos
los cincuenta pecadores
que, a más de su desconsuelo,
gravitando está en sus almas,
con imponderable peso,
esa pregunta inquietante,
saturada de misterio,
que todos los cursillistas
al ingresar, nos hacemos:
esto ¿qué será, Dios mío?
Dios mío: ¿qué será esto?
y que, de Dios la palabra,
según la vamos oyendo,
nos la disipa de modo
que en vez de sentir su peso,
sentimos dentro del alma
toda la luz de los cielos.
Hay entre aquellos cincuenta,
uno, que no es como el resto.
Uno que, con malas artes,
con planes torpes y aviesos
e intenciones solapadas,
unióse a sus compañeros
fingiendo ser un creyente;
y aunque pecador, cual ellos,
lejos de buscar a Cristo
la paz, el gozo y consuelo
que El derrama a manos llenas
tras el arrepentimiento,
iba en busca de la clave
conque, al decir de los necios,
“saben los curas dormirnos
con sus celestiales cuentos”.
Otra vez cayó la noche
sobre el viejo monasterio.
Y a pesar de que invitaban
la capilla y su silencio
a santas meditaciones
y a santo recogimiento,
aquel pecador rebelde
acercose al presbiterio;
ante el sagrario postrose,
fervor y piedad fingiendo.
Indiferente y callado
mantúvose largo tiempo,
hasta que, por obra y arte
de la gracia del Dios bueno,
en el alma aletargada
de aquel hombre sordo y ciego,
hízose fulgor la sombra;
hízose voz el silencio;
hízose llanto la intriga,
y el dolo, arrepentimiento.
Nadie saber ha podido
(porque quedó en el misterio)
qué palabras; qué miradas;
o cuales las artes fueron
con que Jesús, amoroso,
de aquel impío y escéptico
hizo un creyente piadoso
en sólo un fugaz momento.
De conversión tan extraña,
esto tan sólo sabemos:
que ya en pie; lívido el rostro;
lloroso al par que risueño,
estas palabras brotaron
de aquellos sus labios trémulos,
ante los ojos absortos
de todos sus compañeros:
“Señores: yo no he venido
con ese entusiasmo vuestro
a hacer el Cursillo; ¡no!
Vine con fines aviesos.
Vine cumpliendo consignas
de unos enemigos vuestros.
Entré solapadamente
a descubrir el secreto
y la táctica que emplea
la Iglesia con sus adeptos.
Porque tenéis que saber
que he sido hasta este momento
perseguidor de la Iglesia
y enemigo el más acérrimo,
de ese Dios al que tenía,
en mi ofuscado cerebro,
por un fantasma cualquiera
fabricado por los vuestros.
Soy comunista, señores.
Comunista... ¡y de los buenos!
Ya sabéis con tal vocablo,
lo que deciros pretendo:
que soy lider, y por tanto,
peligroso en grado extremo.
Pero, no temáis; oídme:
que voy a hablar un momento,
contrito y arrepentido,
con Dios... ¡en el que ya creo!
Con ese Dios amoroso
que es tan mío como vuestro.
Jesús: aquí me tenéis
a luchar por Vos dispuesto.
En un rollo nos contaron
lo que en San Pablo habéis hecho:
de vuestro cruel enemigo,
vuestro apóstol más egregio.
Como a San Pablo, me echásteis
del caballo de mis yerros.
Como San Pablo, Dios mío,
con hondo arrepentimiento;
con lágrimas abrasantes
(que también me tienen ciego)
de rodillas ante Vos,
solemnemente os prometo
que habré de ser otro apostol
de vuestro santo Evangelio.
Y en prueba de lo que digo,
mirad: me arrodillo...y... ¡esto!
esto que tengo en mis manos
y que amé por tanto tiempo;
esto que por largos años
lo tuve por un trofeo;
esto que ostenté orgulloso
y que hoy, con verguenza, os muestro...
mi carnet de comunista,
pedazos y trizas hecho,
a vuestras plantas lo arrojo,
y en vuestros brazos me entrego”.
Hechos pedazos y trizas,
rodó el carnet por el suelo.
Quedando, en tanto, aquel hombre,
frío; sudoroso; trémulo;
suspirando; sollozando,
y a Dios adorando a un tiempo,
con el inclinado rostro
por ambas manos cubierto.
Tras un profundo suspiro,
quedó la escena en silencio.
Silencio que aquellos hombres
a romper no se atrevieron,
y que cesó cuando, absortos
y arrobadamente oyeron
que los ángeles cantaban
el Gloria in excelsis Deo...
a cuyos santos acordes,
lentamente descendieron
haces de luz de la gloria
sobre el viejo monasterio.
José A. del Valle
Paterson, 17 de Marzo de 1964
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