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Libreta primera  Pág. 205 - Obra No. 81
Ensayo en el que analiza la necesidad
de nuestra preparación para la Navidad


La Venida del Mesías


"Cuando todo estuvo preparado para recibirle; cuando tuvieron cumplimiento las profecías que señalaban el tiempo de su venida; cuando las semanas de Daniel iban a tocar a su término; cuando el cetro de Judá había pasado a un extraño y ya no reinaba sobre la casa de Jacob un descendiente de David; en fin, cuando aquel pueblo escogido y destinado para ser el teatro de los portentos de Dios y preparar la venida de su Santísimo Hijo, hubo cumplido su misión y su destino, entonces, este Hijo del Padre Eterno bajó del seno de su eterno Padre, encarnó en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen, y sin dejar de ser Dios quedó hecho Hombre."

Así, en sublime párrafo, sintetiza uno de los muchos sabios de nuestra santa madre la Iglesia, las circunstancias en que tuvo lugar el advenimiento del Redentor.

"Cuando todo estuvo preparado para recibirle"; así comienza el párrafo en cuestión; y a cuán sublimes y prácticas enseñanzas nos lleva esta frase si, con piedad cristiana y con el espíritu con que fue escrita, que dijera San Pablo, meditamos en ella.

Mas, antes de hacer sobre ella las consideraciones necesarias para lograr nuestro propósito, o sea, dejar caer en el hondón del alma la serie de verdades y enseñanzas que de ella se desprenden, es preciso considerar los tres advenimientos de Jesús.

El histórico: aquel que en Nazaret se iniciara con la Anunciación y culminara con su nacimiento en Belén.  El futuro: aquel que al fin de los tiempos nos lo mostrará lleno de gloria y majestad para aplicar toda su justicia, ya que pasada fue la hora de su misericordia.  Y el místico: el de la hora presente; el que El está ansioso de realizar todos los días en el pesebre de nuestras almas, porque aún es hora de su misericordia y es ésta tanta, que se olvida de su justicia.

Enfoquemos la mente en el primero; en el histórico; en aquel en que "todo estuvo preparado para recibirle", para sacar de él, rumiando esta última frase, aquella luz que es símbolo de la preparación necesaria para el advenimiento místico; para recibirle todos los días, los que todos los días vamos al templo a robarle a éste su mejor tesoro: Jesús Sacramentado.

"Todo estaba preparado para recibirle".  Tal parece que no lo estaba el pueblo judío, ya que no supo reconocerlo como Mesías.  Mas, en verdad que lo estaba, no ya por los siglos que llevaba esperándolo, sino porque como anunció Daniel, el cetro de Judá había pasado a un extraño.  ¿No nos aconseja la Iglesia en estos días de Adviento la penitencia y viste a sus sacerdotes con ornamentos morados, símbolo de la misma?  Y  ¿qué es la penitencia sino rendir la voluntad a Dios; no hacer nuestro propio gusto, sino el que creemos más agradable al Hacedor, y por lo tanto, ofrecerle en homenaje nuestra libertad; esa que perdió el pueblo judío cuando el cetro de Judá pasó a un extraño?

Dios lo había preparado; pero es que este pueblo, como Adán, del cual es símbolo, se mostró rebelde y sordo a las admoniciones del Señor, y a más de su sordera, aún hoy, después de veinte siglos por apagar en el Calvario aquella luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, camina entre tinieblas.

"El Esperado de las naciones": éste es uno de los muchos títulos con que la humanidad ha querido designar a Jesús.  Ya nos dice este título que el mundo suspiraba por el advenimiento del Salvador; y como un premio a estas ansias quiso el Señor concederle, aunque de modo efímero, el don inestimable de la paz.

Nació el Salvador del mundo estando en paz el orbe, durante el reinado de César Augusto. Y ¿qué fue esta paz, sino la mejor manera de preparase el mundo para recibir al que es Rey y Señor de la paz misma?  Y ¿qué es esta paz que reinaba en el mundo cuando el Rey de la paz vino, sino símbolo de aquella otra que es indispensable al alma para recibirle; para celebrar el místico advenimiento, y de la cual, como dice el Sagrado Texto, no gozará el impío?

Preparada estaba también Isabel, la prima de María. Y de qué modo tan portentoso esta preparación tuvo lugar. Pasada la Anunciación la Virgen va a visitarla, tal vez para ayudar en los domésticos quehaceres, a su anciana prima Isabel.  

El feliz momento de la salutación a su llegada, ha sido pábulo a miles de escritores piadosos, que han querido explicar los admirables prodigios que allí la gracia obró.  Mas, dejando aparte el más portentoso, cual es el estremecer de gozo al hijo que Isabel lleva en sus entrañas, por haber recibido los dones del Espíritu Santo, pasemos a considerar el que más conviene a nuestro estudio; y es aquel en que a Isabel, por una luz celestial que iluminó su alma; por una revelación prodigiosa, se le manifestaron los insondables arcanos de la Encarnación.  

Y ¿por qué quiso Dios prepararla adornándole el alma con tan profundos conocimientos?  Tal vez por dos motivos, se me ocurre decir: para premiar, primero, su santidad excelsa, y a más, para enseñarnos que para el místico advenimiento; para recibir a Jesús en nuestras almas, es necesario que comprendamos y conozcamos, quién es el que se nos da, como regalo, en la Eucaristía, su Corazón.

No quedó preparado San José en el momento de la Anunciación, mas, de qué prodigiosa manera supo prepararlo el cielo antes del esperado alumbramiento.

Bien sabemos que había hecho María voto de castidad antes de desposarse con José.  Llega el momento de concertar la boda y no declara nada a su tutor (pues que sus padres habían muerto) de semejante voto.  Este lo tiene confiado, como dice un autor famoso, "a los designios de la Providencia y a la virtud de José".  Mas, cual no sería su sorpresa al saber, por boca de su futuro esposo, que él, como ella, habíale prometido al Señor el mismo sacrificio, haciéndose, por tanto, digno de ser esposo de la Virgen Madre de Dios.

Habíamos dicho anteriormente que, de prodigiosa manera se encargó el cielo de preparar a José.  Este, asaltado por infinitas dudas y perplejidades ante el estado de su futura esposa, no pocas veces resolvió repudiarla; mas, para evitar tal escándalo, Dios, valiéndose del celestial mensajero de la Anunciación, informó a José de todo lo ocurrido.  

Paz y castidad: no quiso el Señor que en el alma de José estuviesen separadas por mucho tiempo estas dos gracias; y no lo quiso, por no alterar lo que desde el principio del mundo tiene ya establecido: que sea la primera, la paz, consecuencia de la segunda.

Esta portentosa preparación del casto esposo para el feliz advenimiento; esta prodigiosa manera conque recobró su alma la paz, son, sin duda alguna, uno de los obsequios con que quiso Dios premiar su voto de castidad.

Esta paz, esta preparación del santo Patriarca, símbolo es de aquella otra que debe presidir el alma del que se acerca a la sagrada mesa; porque no puede ni debe sentarse en ella, quien no vaya vestido con el manto albo e inmaculado de la pureza, y esta, ya lo dijimos, fuente de paz.

 Y ¿qué decir de la Santísima Virgen?  A ésta la preparó el Eterno del modo que puede hacerlo quien sabe y puede hacerlo todo bien, porque es infinitamente sabio y poderoso.  Sin pecado original pudo hacerla y convenía hacerla; por eso, con su lógica aplastante, afirma el gran Escoto que la hizo.  La hizo, porque cual nueva arca de la alianza, iba a ser depositaria, no ya de la palabra de Dios o de su ley, sino del Dios autor de la ley, que ardía ya en deseos de dejar oir su palabra.  Y, porque así la hizo y para tal empresa la destinaba, con cuánto celo supo guardarla del polvo del pecado.

He aquí el porqué del aislamiento de María; he aquí el porqué de aquella vida oculta hasta el extremo de mirarla por encima del hombro muchos de sus vecinos y allegados.  A tales conclusiones sobre aquellos desprecios llega William en su famosa obra "Vida de María", que se atreve a preguntar: ¿no es, por ventura, a esas contínuas humillaciones y menosprecios a que alude más tarde en su cántico el Magnificat?  Esa bajeza y abatimiento de su sierva en que el Señor ha puesto los ojos, ¿no son los que ha sufrido en Nazaret?

Es la humildad, sin duda alguna, piedra fundamental de la santidad. Y no hay manera major de adquirir esta virtud, que aceptando humildemente las humillaciones; sólo sufriéndolas de buen grado, como supo hacerlo María, podremos engarzar en el alma tan precioso diamante.  Dios reunió en María todas las virtudes y perfecciones; y en grado tal, que con razón la llamó el Arcángel "llena de gracia"; mas, como la que quiero destacar en este estudio es la humildad, consideremos que, así como ésta fue en María indispensable para el feliz advenimiento, así también en nosotros se hace imprescindible en el místico advenimiento de la comunión.

Hermanos: la humildad de María (de la santa pareja) qué dulces enseñanzas nos legó.  ¿Podrían concurrir circunstancias más adversas para los santos esposos, que las de los momentos en que iba a venir el Salvador?  Es necesario dejar la quietud de la pequeña casa de Nazaret, porque hay que ir a Belén para cumplir con el edicto de César Augusto.  Humildemente emprenden el penoso viaje, humildemente aceptan de los Belemitas la negativa de un lugar para el buen Dios; y con no menos humildad y conformidad con la voluntad divina, tomaron por albergue una gruta que hallaron en las afueras de Belén.

¡Cuán desagradables fueron las cirsunstancias de aquel trascendental momento!  Y, sin embargo, qué méritos en ellas para la santa pareja; cuánta gloria a Dios en las alturas; qué ejemplo hecho flor de humildad y cuyo aroma edificante, aún hoy, después de veinte siglos, trasciende hasta los hombres de buena voluntad.

De esta escena, tal vez la más poética de nuestra santa religión, saquemos hoy, hermanos míos, esta clara verdad: si "todo estaba preparado para recibirle", también lo debo estar yo para que venga a mí; que recibiéndole dignamente, podré salir gozoso a recibirlo, en el alba del gran día; cuando al fin de los tiempos venga a juzgarnos a todos, lleno de gloria y majestad.

10/12/1956