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Libreta primera  Pág. 177 - Obra No. 79
Ensayo en el que prueba que J.C.
es el Mesías esperado por Israel

Jesucristo en las Profesías.



Tiene el Sagrado Texto, además de las brillantes páginas del Evangelio (en muchas de las cuales se narra minuciosamente la serie de milagros llevados a cabo por Nuestro Señor) otras no menos brillantes y portentosas que las anteriores, y que tienen también como finalidad demostrar la divinidad de Este; son éstas las de las profecías referentes a su venida al mundo, y que fueron escritas siglos antes que tan feliz acontecimiento llegase a realizarse.

Tanto en unas como en otras páginas, resplandece la caridad de Dios; pues quiere que por ellas, a manera de francas puertas, entremos en el recto camino de esa verdad espiritual que no pasará jamás: su Iglesia.

Si asombro tiene que causar en todo hombre sensato la lectura de los portentosos hechos realizados por Cristo durante sus tres años de predicación; maravillado tiene que quedar aún el más vulgar materialista, ante la serie escalonada de profecías que, a manera de rasgos y líneas y trazos, están diseminadas en el extenso lienzo de once siglos de historia, y que el devenir de los tiempos reunió con imcomparable maestría, para formar el rostro inconfundible de Nuestro Salvador.

Hermanos: causa estupor pensar que unas tan claras y diáfanas profecías, no hayan sido reconocidas como tales en cuanto a Cristo, por el pueblo judío; por el pueblo judío que las conserva en sus sinagogas como un tesoro y las tiene por su más alta esperanza.  Por el pueblo judío, que le bastaría reconocerlas, para poder enorgullecerse de ser, al decir de Vicente Gas-Mar, el único pueblo sobre la tierra que tiene un paisano Dios.

Nos cuentan los Evangelios que Jesús les argüía de esta manera a los judíos: Vosotros escudriñais las Escrituras, porque creéis que en ellas se encuentra la vida eterna; pues ellas son, precisamente, las que dan testimonio de Mí.

Estas palabras dichas por Jesús a los judíos hace dos mil años, sean esta noche las que nos muevan, no a averiguar si es o no divina la personalidad de Cristo (que de ello no tenemos duda alguna) sino a reafirmarnos aún más en el concepto divino que de El tenemos; para con tan eficaces argumentos, vencer (con caridad, se sobreentiende) a los que como Dios lo niegan, y a los que de su divinidad aún dudan; que ambos, el ateo y el indeciso, los creó Dios para su excelsa gloria; y debemos ser nosotros, miembros de Acción Católica, los llamados a engarzarlos, como gemas purísimas, en la corona celestial.

Entremos en materia: Ya en el Génesis, escrito, como sabéis, por Moisés, se alude en infinidad de pasajes al dulce advenimiento. Y así tenemos en Gn.22,18: "Y en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido a mi voz."  Estas palabras las pone el Génesis en boca de Dios, para premiar a Abraham, que no dudó en inmolar a su hijo Isaac, cumpliendo el divino mandato. (Cosa que como sabemos, por medio del su ángel, Dios impidió.)

Los hebreos de hoy afirman aforísticamernte: El Señor proveerá en el monte. Aforismo que alude al hecho de que Dios, allí mismo, en el propio monte, ofreció un carnero que, enredadas sus astas en un zarzal, estaba cerca.  Sublime símbolo, todo este pasaje, del Cristo venidero, que sobre el monte Calvario, como Isaac, obediente, consintió en inmolarse; y si bien es verdad que falta en Isaac el hecho de ser inmolado, un carnero, con las astas enredadas en un zarzal (símbolo del Cristo coronado de espinas) está allí para sustituirle. La imagen no puede ser más clara ni más viva.

También en el Génesis 26,4, le promete Dios a Isaac, como lo había hecho a su padre Abraham, que de su estirpe nacería el Mesías.

Más tarde, en otra profecía señala el Génesis que descenderá de Jacob: Gn. 28,14. Otra, más adelante, Gn. 49,10: "Que no será quitado de Judá el cetro, hasta que venga el que ha de ser enviado y El será la espectación de las gentes."  Esta profecía no puede ser más diáfana ni más determinante; tan así es, que los propios exégetas judíos, unánimamente afirman que sólo se refiere al Mesías. Demás está decir que para ellos Cristo no es el Mesías; ésa es la razón por la cual aún, a pesar de los siglos transcurridos, continúan esperándolo. Esa es la razón también, por la que están, como dice San Agustín, en la actitud del criado que sostiene en sus manos el libro al revés, para que lea el señor.

Vienen ahora, por orden cronológico, las profecías de Isaías (ochocientos años antes de Cristo). Son tan claras y precisas estas profecías, que no necesitan comentario, y si algo hay que explicar al enunciarlas, es el hecho de que, a pesar de la distancia en el tiempo que las separa de su feliz realización, fueron escritas como si ya se hubiesen realizado.  Así vemos en Is.9,6: "Por cuanto ha nacido un párvulo para nosotros y un hijo se ha dado a nosotros; y el principado ha sido puesto sobre su hombro: y será llamado su nombre, Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre del siglo venidero, Principe de la Paz."

En Is. 53,12, afirma: "porque entregó su alma a la muerte y con los malvados fue contado: y El cargó con los pecados de muchos y por los transgresores oró."

En el capítulo 50,6:"mi cuerpo dí a los que me herían y mis mejillas a los que mesaban mi barba; mi rostro no retiré de los que me injuriaban y escupían."

Viene después Daniel (500 años antes de Cristo) a señalar en el tiempo, con precisión exacta, todo lo profetizado por Isaías; ya que afirma que "después que transcurran 62 semanas de años, será muerto el Cristo, y no será más suyo el pueblo que le negara.  Y un pueblo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad y el santuario; y después del fin de la guerra vendrá la desolación decretada."

He aquí prefijadas en el tiempo, con asombrosa exactitud, la muerte de Jesús; la destrucción de Jerusalem y su templo por Tito, y el inicio de ese peregrinar contínuo y eterno sobre la faz de la tierra,de ese pueblo que no será más de Dios, (como dice el profeta) por haberlo negado.

Contemporáneo de Isaías fue el profeta Michéas, uno de los doce profetas menores (así llamados por no ser muy extensos sus escritos) el cual, en Miq. 5,2,que es todo un canto a Belem, así nos dice: "Y tú Bethlem Ephrata, pequeña eres entre las pequeñas de Judá: de ti saldrá el que sea dominador de Israel."  Para ser aún más preciso y no haya lugar a dudas, el profeta añade Ephrata (otro de sus nombres) para distinguirla de otra Bethlem de la tribu de Zabulón.

Bien claro señala Zacarías, (otro de los doce profetas menores) que sería vendido el Cristo por treinta monedas y comprado con ellas el campo del alfarero. Zac. 11,12-13

Y, ¿qué es el Salmo 21 de David, sino la descripción exacta de lo que diez siglos después había de narrarnos el Evangelio?  La crucifixión cruenta y la resurrección gloriosa de Nuestro Señor.

Quien ante tales profecías; claras como la luz; evidentes como un axioma y tan exacta y cronológicamente cumplidas, no rasgue las vestiduras de la impiedad o el velo del error; quien ante tales pruebas no caiga de rodillas ante Jesús diciéndole: Señor mío y Dios mío, como un nuevo Tomás; quien ante tales aldabadas, dadas al corazón y a la inteligencia, no sólo no despierte, sino que no se atreva a responder: ¡Señor, ya voy!... ese, o muy embotada debe tener la mente, o muy encenagado el corazón; pues que no se concibe que ante tan claras y amorosas pruebas, no se sirva; no se ame; no se adore a Jesús.

20/12/1950