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Libreta 3a.  Pág. 276 - Obra No. 265
Charla con sublimes reflexiones sobre la
grandeza del Sacramento del Matrimonio;
muy prácticas y dignas de ser meditadas tanto
por novios como por los ya casados.


Consideraciones sobre el Matrimonio

(Síntesis de una charla)


Nos dice la fe que el Matrimonio es un Sacramento; y nos dice la vida y la experiencia, que es además, un arte. Por no considerarlo un Sacramento, sino un contrato o entidad mercantil en que cada socio aporta cuanto tiene y cuanto es, es por lo que, en muchos casos, si no son bien avenidos estos socios, o no conviene a una de las parte, disuelven la “sociedad”; bifurcan el camino de sus vidas, y son muchas las probabilidades que tienen de caer en la desgracia de la confusión y aun, hasta en el barranco de una perdición fatal.

Los que lo tienen como Sacramento, lo consideran indisoluble. Son, por regla general, los que tienen fe y por tenerla piden a Dios la gracia necesaria para cumplir las exigencias y fines de este Sacramento.  Es precisamente esa gracia la que inspira qué reglas, qué prácticas hay que emplear para que el matrimonio (que es también un arte, según nos dice la vida y la experiencia) lleve a feliz término esa obra maestra; esa sinfonía maravillosa de la paz del hogar.

Dice el Catecismo que “del cielo nos ha de venir la fuerza para ir al cielo¨.  El matrimonio por ser Sacramento infunde la gracia para realizar sus fines; y esa gracia nos pone en los labios y en el corazón la oración para suplicar a Dios nuestro Padre (con el Don de Piedad) no perdamos la gracia; y de perderla, la recuperemos para realizar los fines del matrimonio.

El Don de Piedad nos instruye y guía en nuestras relaciones con los demás (Dios y el prójimo).  De aquí el amor a Cristo; por Cristo y a lo Cristo, que debe ser la piedra fundamental del matrimonio.  Amor a Cristo, imprescindible para la obra, ya que el propio Jesús nos lo dijo: “Sin Mí, nada podréis hacer”.  Amor en Cristo, que nos hace a todos hermanos, y que en el caso específico del matrimonio, lo reviste y adorma con lo que para los no piadosos resulta una paradoja ya que se llama castidad matrimonial. Y amor a lo Cristo, que tiene el sello del sacrificio y que es el que lima todas las asperezas y allana todos los caminos, ya que las diferencias matrimoniales deben tener por origen el que cada cual quiera cargar con la peor parte.

Como hemos dicho que el matrimonio es un arte y todo arte conlleva reglas si quiere alcanzar sus fines, voy a señalar una que es síntesis de todas las reglas del arte: la imitación de los modelos de perfección. Tres modelos afloran a mi mente en esta cuestión que estamos considerando. Es el primero, la Sagrada Familia; modelo perfectísimo del matrimonio cristiano.  Es el segundo, ese matrimonio místico por excelencia: Jesucristo y su Iglesia.  Y el tercero, aquel que dio lugar a la encarnación del Verbo.

Los tres modelos son perfectísimos y por lo tanto, dignos de imitación.  Ahora bien; algo hay en el último, por lo que aventaja, como modelo, a los dos primeros; sin que en los dos primeros haya la más pequeña imperfección. Estudiemos los tres para ver sus notas distintivas.

En el primero Jesucristo es fruto aparente de aquel matrimonio, ya que San José  no participó en su concepción.  Pero San José es padre electivo o adoptivo de Jesús, y esta adopción es la que me hace ver a mí este matrimonio, (sin que deje de ser por esto modelo de la familia cristiana) como símbolo o modelo específico de aquellos que, bien porque Dios no quiere, o bien porque la castidad obsoluta lo impide, no surge el fruto y adoptan hijos a los que crian y educan para la gloria de Dios.

En el segundo, Jesucristo y su Iglesia, no hay fruto visible.  No quiere esto decir que no lo haya; ya que no es otro que la santificación de las almas; que para explicarlo con un simil diremos que es como el viento: se siente, pero no se ve.  Pues cuántas almas santas, mezcladas con las que no los son, marchan junto a nosotros y cuya santidad no vemos y sí sólo sentimos cuando las tratamos.

Tanto el matrimonio de José y María, como el de Jesús y su Iglesia son símbolo y modelo de aquellos matrimonios cuya absoluta castidad convierte estos amores en una llama de amor viva que tiene también su símbolo: el amor sacerdotal.  El amor del hombre a Dios, que por El, sacrifica, como ahogándola dentro de sí, la más fuerte de las pasiones. Todos los matrimonios que tienen por modelo o símbolo estos dos señalados, son agradabilísimos a los ojos de Dios; y el premio que sin duda Este ha de otorgarles ha de ser una alta morada de las muchas que, al decir de Jesús, tiene el Reino de su Padre.

El tercer modelo de matrimonio es el que tuvo lugar en Nazaret en el momento de la Encarnación y que tiene como fruto al propio Cristo.  En todo matrimonio el esposo debe ser la cabeza rectora; la inteligencia ordenadora; la sabiduría orientadora, y la mujer, el corazón amante; la humildad aceptadora; la ternura sin límites.  Y en esta unión que estamos considerando, El es la sabiduría infinita; el espíritu de verdad.  Ella un corazón todo amor; todo ternura y cuya humildad quedó patente en aquellas palabras sin las cuales la Encarnación del Verbo (al decir de algunos teólogos) no se hubiera realizado:  Hágase en mí según tu palabra.

Es esta unón la que simboliza o sirve de modelo a todo matrimonio que tiene como lazo que consolida aún más su indisolubilidad, el santo fruto de los hijos.  Este matrimonio del Espíritu Santo y la Virgen María, es el que más cabalmente simboliza, representa y sirve de modelo a la familia cristiana, ya que tiene real y verdaderamente, fruto como lo tiene ésta. Pero, ¿a qué fruto dio lugar aquella unión de Nazaret?  A Jesucristo.  Con lo cual se nos está diciendo que para lealizar a cabalidad la copia de tal modelo, debemos (en lo que de nuestra parte dependa) educar a nuestros hijos en forma tal, que logremos formarlos tan cabalmente cristianos que la unión transformante haga de ellos verdaderos Cristos.