Lib. 5A. Pág. 24 - Obra No. 409
En un Romance describe, personificado en un alma,
el regalo que Dios tiene escondido en los Cursillos de Cristiandad
Lo que Puede un Cursillo de Cristiandad
o Un Triunfo de Cristo
Era un alma. Pero un alma
árida, estéril, reseca.
Un desierto espiritual,
igual que los hay de arena.
Jamás la flor más humilde
de caridad o pureza
prestó perfume o colores
a su soledad desierta,
mientras que el áspid del odio,
y de la maledicencia
la sabandija execrable,
eran monarcas en ella.
Pero un día; fausto día;
de Dios la voz sempiterna
como lluvia bienhechora
cayó sobre el alma aquella.
Y cual si en cada palabra
(gotica de linfa fresca
de aquella lluvia amorosa)
descendiese, prisionera,
una semilla de vida
y de espiritual belleza,
aquel desierto infecundo;
aquella estéril estepa
transformose, por ensalmo,
en una fértil pradera.
Ya todo es verdor y vida;
ya la gracia mora en ella
y cantan las aves todas
su canción de primavera.
De una primavera santa,
celestial y sempiterna.
Y reventaron mil fuentes
cantarinas y parleras
cuyas aguas, amorosas
porque el amor vibra en ellas,
al par que el cielo aprisionan
porque en sus ondas lo llevan,
la acarician y la arrullan
con una canción eterna.
Y el simún que ayer reinaba,
es hoy brisa suave y fresca
que transforma la campiña
de hierba y flores cubierta,
con su beso acariciante,
en ondulante bandera
por la que el alma movida
por la divina impaciencia,
va diciéndole a las almas
que va encontrando en su senda:
Venid, venid, mis hermanas;
Venid a la sombra de ella,
que es la bandera de Cristo.
¡Mirad! ¡Mirad cómo ondea!
Es que os reclama amorosa;
que transformaros anhela
en lo que ya soy: ¡Un triunfo
de Jesucristo en la tierra!
José A. del Valle
San Juan de Puerto Rico, 7 de Sepbre. De 1970
árida, estéril, reseca.
Un desierto espiritual,
igual que los hay de arena.
Jamás la flor más humilde
de caridad o pureza
prestó perfume o colores
a su soledad desierta,
mientras que el áspid del odio,
y de la maledicencia
la sabandija execrable,
eran monarcas en ella.
Pero un día; fausto día;
de Dios la voz sempiterna
como lluvia bienhechora
cayó sobre el alma aquella.
Y cual si en cada palabra
(gotica de linfa fresca
de aquella lluvia amorosa)
descendiese, prisionera,
una semilla de vida
y de espiritual belleza,
aquel desierto infecundo;
aquella estéril estepa
transformose, por ensalmo,
en una fértil pradera.
Ya todo es verdor y vida;
ya la gracia mora en ella
y cantan las aves todas
su canción de primavera.
De una primavera santa,
celestial y sempiterna.
Y reventaron mil fuentes
cantarinas y parleras
cuyas aguas, amorosas
porque el amor vibra en ellas,
al par que el cielo aprisionan
porque en sus ondas lo llevan,
la acarician y la arrullan
con una canción eterna.
Y el simún que ayer reinaba,
es hoy brisa suave y fresca
que transforma la campiña
de hierba y flores cubierta,
con su beso acariciante,
en ondulante bandera
por la que el alma movida
por la divina impaciencia,
va diciéndole a las almas
que va encontrando en su senda:
Venid, venid, mis hermanas;
Venid a la sombra de ella,
que es la bandera de Cristo.
¡Mirad! ¡Mirad cómo ondea!
Es que os reclama amorosa;
que transformaros anhela
en lo que ya soy: ¡Un triunfo
de Jesucristo en la tierra!
José A. del Valle
San Juan de Puerto Rico, 7 de Sepbre. De 1970
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