Libreta 9a. Pág. 99 – Obra No. 948
Hoy, lector, mientras rezaba,
tuve una visión dantesca.
Vi con los ojos del alma
que nuestra terrestre esfera
(que a los ojos de la carne
es un caudal de belleza)
es horrible si ponemos
los ojos del alma en ella.
Vi que ese fuego terrible
que es el centro de la tierra
y del que aislados estamos
por una térrea corteza,
(razón por la cual podemos
pasearnos por el planeta)
es ese infierno al que muchos
suelen negarle existencia.
Y vi, querido lector,
herido de aguda pena,
que hay almas, ¡ay, infelices!
tanto en el pecado inmersas,
que la luz con que Jesús
ilumina su existencia,
la tornaron en oscuras
e impenetrables tinieblas.
Y vi que Dios, a las almas
verdaderamente buenas
porque de la caridad
la luz resplandece en ellas,
las mantenía en sus manos
con paternal complacencia,
y que al final de la vida
que El en la tierra les diera,
las alzaba hasta su reino
de paz y de vida eternas.
En cambio, a las que por ser
amigas de la violencia,
esclavas de sus pasiones
y del rey de las tienieblas...
Y ser Dios tan respetuoso
que es la suprema prudencia,
(razón por la cual en todo
nuestra libertad respeta)
las vi sin tener a nadie
que sostenerlas pudiera,
y agitadas por el viento
cual hojas en la tormenta.
Y es lo triste que no advierten
porque van locas y ciegas
tras el placer, el peligro
terrible que las acecha.
Y vi...¡Dantesca visión!
que al cabo de su existencia,
por estar desamparadas,
como lluvia sempiterna
descendían a ese infierno
que es el centro de la tierra
Ante visión tan macabra,
tan terrible y tan dantesca,
exclamé con toda el alma:
¡Cristo, apiádate de ellas!
José A. del Valle
12/31/84
Dantesca Visión
Hoy, lector, mientras rezaba,
tuve una visión dantesca.
Vi con los ojos del alma
que nuestra terrestre esfera
(que a los ojos de la carne
es un caudal de belleza)
es horrible si ponemos
los ojos del alma en ella.
Vi que ese fuego terrible
que es el centro de la tierra
y del que aislados estamos
por una térrea corteza,
(razón por la cual podemos
pasearnos por el planeta)
es ese infierno al que muchos
suelen negarle existencia.
Y vi, querido lector,
herido de aguda pena,
que hay almas, ¡ay, infelices!
tanto en el pecado inmersas,
que la luz con que Jesús
ilumina su existencia,
la tornaron en oscuras
e impenetrables tinieblas.
Y vi que Dios, a las almas
verdaderamente buenas
porque de la caridad
la luz resplandece en ellas,
las mantenía en sus manos
con paternal complacencia,
y que al final de la vida
que El en la tierra les diera,
las alzaba hasta su reino
de paz y de vida eternas.
En cambio, a las que por ser
amigas de la violencia,
esclavas de sus pasiones
y del rey de las tienieblas...
Y ser Dios tan respetuoso
que es la suprema prudencia,
(razón por la cual en todo
nuestra libertad respeta)
las vi sin tener a nadie
que sostenerlas pudiera,
y agitadas por el viento
cual hojas en la tormenta.
Y es lo triste que no advierten
porque van locas y ciegas
tras el placer, el peligro
terrible que las acecha.
Y vi...¡Dantesca visión!
que al cabo de su existencia,
por estar desamparadas,
como lluvia sempiterna
descendían a ese infierno
que es el centro de la tierra
Ante visión tan macabra,
tan terrible y tan dantesca,
exclamé con toda el alma:
¡Cristo, apiádate de ellas!
José A. del Valle
12/31/84
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