Lib. 5a.   Pág. 3  -  Obra No. 402
Romance en el que compara con las
estrellas de la noche a las almas llenas
 de la luz de Dios en la noche de este mundo

Estrellas

El día, “por gala en dos”,
Dios sabiamente ha partido.
Mirad: el sol desparrama
por el espacio infinito
la dorada catarata
de sus cabellos vivíficos.
Todo es gracia y movimiento
y entusiasmo y optimismo.
La vida bulle y se expande
como presa de un delirio,
en su lucha con la muerte;
su más terrible enemigo.


Pero, como rey al fin,
el astro rey ha perdido
en la tumba de Occidente
su realeza y señorío,
y es la noche la que reina;
la noche, ausencia de ruidos,
y parece que es la muerte
quien, a la postre, ha vencido.

Pero miremos al cielo:
en el éter infinito
hay unos puntos fulgentes
que nos dicen con su brillo
que la luz, de Dios eterno
clarísimo simbolismo,
ha de ser fuente de vida
por los siglos de los siglos.

Hoy también reina la noche
sobre el campo del espíritu.
¡Cuánta tiniebla en las almas!
¡Cuánta lobreguez, Dios mío!
La humanidad aturdida,
ciega, sin rumbo ni tino,
va cayendo en su carrera
de un abismo en otro abismo.

Pero, no todo es tiniebla,
silencio, sueño y olvido.
Aún hay almas que vigilan;
que, cual fanales en vilo,
brillan en la oscura noche
con resplandores divinos.
Estrellas que, cual aquella
que  nos anunció al Dios-Niño,
del santo Belén del cielo
nos indican el camino.
Son las almas que a Dios aman,
son las almas que han sabido
del santo amor con la fuerza
subir hasta el cielo mismo
y hacer a Dios prisionero
y bajar con Él y, unidos
de modo igual que se funden
las dos llamas de dos cirios,
quedar, al fin, deificadas.
Es que Dios obra el prodigio
de que amorosas refuljan
con resplandores divinos.

Que igual que Naturaleza
le tiene horror al vacío,
nuestro buen Padre lo tiene
a la noche en el espíritu.
Le tiene horror a la noche
de las almas de sus hijos.
Por eso amante desciende
hasta el tenebroso abismo
del corazón de los hombres;
y al prodigarle sus mimos
y el tesoro inapreciable
de sus dones infinitos,
se hace luz de amor divino.

¿No son las estrellas soles
que están en el infinito?
Pero, es que nuestras estrellas;
las almas que a Dios cautivo
tienen en su corazón,
están junto a los abismos
todo sombra de otras almas,
para hacer que los rayitos
de su luz maravillosa,
que es luz de amor infinito,
logre al fin esclarecerlos.

Son soles de amor divino
que son muchísimo más
refulgentes y vivíficos
que ese que durante el día
nos ilumina el camino,
porque es el Sol de la gloria
el que les presta su brillo.
El Sol de la Luz divina:
¡Tu Corazón, Jesucristo!

José A. del Valle