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Lib. 5a.  -  Pág. 29  -  Obra No. 411
En una Silva analiza cómo las horas que al
pasar envejecen el cuerpo, son esas mismas,
las horas que Dios usa, para embellecer el alma.

Las  Huellas  de  las  Horas

Exactamente en medio
de dos eternidades
está el hombre plantado:
La que vendrá y que asustado mira
a la par que suspira
por saber qué le tiene deparado,
y la que no le inquieta:
sabe que no le hará una jugarreta
puesto que ya ha pasado.
Pero, ¿en vano pasó?
Resuena de mi alma en lo más hondo
esta seria pregunta y me respondo
a un tiempo alegre y pensativo, ¡no!
Dejó su huella en mí; dejó su huella:
Las horas, con amaños
y del lento reloj con las agujas,
en el rostro me hirieron;
dejáronme rasguños que los años
en profundas arrugas convirtieron.

Pero, en el alma, ¿qué?
¿Qué hicieron en el alma?
Aquí no fue su obra destructora:
En ella cada hora
de su paso también dejó la huella;
pero una huella luminosa, bella,
como es bella la huella de la aurora.
Del reloj las agujas en el alma
estuvieron, sin tregua, trabajando:
limaron como limas aceradas
y al tictac del reloj acompasadas,
toda imperfecta arista.
¡Es que el supremo Artista
las estuvo, amoroso manejando!
Y en su labor persiste todavía.
Veo que con granítica paciencia
una talla a conciencia
se propone lograr del alma mía.
Y, ¿qué trabajo hará?
¿Qué cosa modelar se propondrá?
No lo sé; no lo sé...mas me parece,
por lo que en ella labra cada día;
por el amor con que trabaja en ella;
por el vivo entusiasmo y alegría
con que le deja de su santa mano
la luminosa huella...
¡que será de divina fantasía!

Aunque no terminó, ya se columbra
por los rasgos que vienen asomando,
el célico perfil que le va dando
y el santo resplandor con que la alumbra,
que es algo celestial. Sí, ya lo veo,
y de estupor y asombro quedo mudo;
y, aunque por ser yo como soy lo dudo,
porque muy bien sé cómo es Él, ¡lo creo!
Lo creo y reverente
hundo en sus manos la arrugada frente
las beso y, aunque en plácido silencio
deseo que trabajen,
el gozo a veces me desata en llanto:
¡Es que labran del Dios tres veces santo
la divinal imágen!

Pero este llanto en oración piadosa
lo transforma la fuerza del amor,
y salvadoras ansias me atosigan
hasta lograr que digan
mis labios con unción: ¡Señor! ¡Señor!
No sólo en mí trabajes;
no solamente hasta mi alma bajes.
¡Baja al alma de todos mis hermanos!
Labren también en ellas
con luminosas huellas,
tu santa imágen tus divinas manos,
porque quiero, Jesús, que a todos, ¡todos!
Y a la hora feliz que a Ti te cuadre,
tras el beso de paz que habrás de darnos,
puedas así llamarnos:
¡Venid, venid, benditos de mi Padre!

José A. del Valle