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Versos a mi Felita  Pág. 20  Obra No. 630
Trata de narrar una experiencia mística y las
múltiples experiencias en ella vivida.


Un  Corazón  Divino  Pequeñito


Por la divina llaga que ha dejado
la lanza, de Jesús en el costado
me atreví a entrar un día.
Llegué hasta el Corazón de Jesucristo.
Jamás podré cantar la poesía
que en el divino Corazón he visto.
Pero es que aquella lanza
dejó en éste también profunda herida,
y me adentré por ella;
y vi el santo lugar en donde brota
ese caudal de amor que no se agota
y que es la eterna fuente de la vida.

Y vi también la fragua en que se forjan
a golpes de ascetismo, de oraciones
y sacrificios mil, tantos y tantos
corazones de santos:
¡Pequeñitos Divinos Corazones!

Y vi también la inagotable fuente
de su misericordia,
que al pobre pecador que se arrepiente
vuelve a dejarlo de Jesús en brazos
y atarlo a Éste con los suaves lazos
de una filial y paternal concordia.

Y vi también con estupor profundo
que es campo de batalla nuestro mundo
entre el odio que brota del infierno
para en eterna noche sumergirnos,
y el santo amor que el hontanar eterno
del Corazón de Cristo da a raudales
para extirpar los males infernales.
Por algo herido está. ¡Por redimirnos!

Ante tanta divina poesía
y mística y sublime maravilla,
mi corazón llorando su extravío,
así me dijo: ¡Dobla la rodilla!
¡Baja, baja la frente!
Para exclamar después humildemente:
¡Perdón, perdón, Dios mío!
Al mismo tiempo que perdón pedía,
sentí que el alma mía
de una paz celestial se me llenaba,
que una santa alegría la alegraba
y que una luz-amor la esclarecía.
¡Gracias, gracias, Señor! Así exclamaba
mi corazón, gozoso, y añadía:
Todo mi ser y poseer te ofrezco,
pues sé muy bien, mi Dios, que no merezco
disfrutar de tu paz y tu alegría.
Y al responder Jesús, me dijo: Hijito,
yo jamás abandono
al pecador que mi perdón implora;
mi amor es infinito;
no sólo lo consuelo cuando llora
su extravío; no sólo lo perdono;
gozo premiando al corazón contrito,
y hoy me place premiarte.
Dame tu corazón que voy a darte
un Corazón Divino pequeñito,
para que viva como viven tantos
corazones de santos:
aquí en mi Corazón. Yo le di el mío
y otro me dio que como el Suyo tiene
la divisa divina de la Cruz.
Y si bien es verdad que es pequeñito,
es gran verdad también que es muy bonito
porque lo exhorna del amor la luz
¡Oh, luz maravillosa!
¡En aurora de paz has convertido
la soledad aquella en que sumido
me dejara la muerte de mi esposa!

Aunque los pies los tengo sobre el suelo,
el nuevo corazón que en mí palpita
arrebatome el alma y en el cielo
están los dos, gozosos, disfrutando
de una paz infinita,
porque el Divino Corazón los tiene
y unidos los mantiene
al alma angelical de mi Felita.

José A. del Valle.