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Libreta primera  Pág. 95
Obra No. 70 - Poema Lírico Religioso exaltando la conversión del alma a Dios
 

A la Casa de Ejercicios Espirituales de El Calvario


Para el Rvdo. Padre Ramón Calvo,
a quien tanto debe Cuba
con motivo de esta santa casa.

Ante todo, Señor, gracias mil veces
por haberme traído
a este rincón de paz cuyo silencio
no quiebra nunca el mundo con su ruido.
A este rincón de paz dos veces alto:
alto porque se encumbra
sobre montes y palmas,
y alto también porque cual faro alumbra,
radiante como el día,
los hondones oscuros de las almas
con verdades más altas todavía.

¡Faro de amor y fe! Cuantos pasaron
por tu santa capilla
y tus altas verdades meditaron,
santo oasis de paz te apellidaron
porque en ellos se obró la maravilla
de que la paz, que es flor rara y escasa,
que se agosta del mundo en los desiertos,
floreció de sus almas en los huertos
y la luz y a la sombra de tu casa.

Yo vengo a ti también, por Dios traído...
(seguro estoy de que el Señor me trajo)
Vengo a recomenzar serio trabajo
que no pude seguir por distraído,
o tal vez por el tráfago y el ruido
de los ruines negocios de allá abajo.

Aquí estoy, pues, cual una flor abierta,
esperando del  cielo bendiciones;
aunque tengo, además por cosa cierta,
que es preciso tener el alma alerta
a la abeja de santas reflexiones.

No le basta a la flor que el sol ardiente
le acaricie la frente
y el ósculo le dé de su sonrisa.
No le basta la lluvia refrescante
que atenúa un instante
el álito caldeado de la brisa.
El afán de la flor es ser un día
fruto fecundo de sublimes galas.
Por eso espera abierta,
cual si estuviese alerta,
el polen que en sus alas
ha de traer la abeja susurrante;
y allá en su seno rumiará amorosa
esa carga preciosa
para trocarse en poma rozagante.

No les basta a las almas que aquí vengan
con que al Sol de la gracia se detengan.
No; la lluvia sin fin de bendiciones
que derrame el Señor desde la altura
moverá corazones,
si estos, como la flor, rumian y amasan,
al calor del Amor con que se abrasan,
el polen de severas reflexiones.

Tres días de silencio y de sigilo
han de hacer de nosotros unas sombras
a la sombra sagrada de este asilo.
Tres días sepultados
como Jesús en el sepulcro suyo;
tres días ignorados
y muertos para el mundo y su murmullo,
hemos aquí de estar ejercitantes;
mas, con cuánta alegría ya sabemos
que tras ellos podremos,
como Jesús, resucitar triunfantes.

¡Ignacio de Loyola!
¡Capitán sin segundo!
En esta torre tuya, do tremola
una bandera sóla:
la de Jesús, que, desafiando al mundo
recluta para el cielo corazones;
en esta torre, sólida atalaya
donde se libra colosal batalla
por vencer a Satán y sus legiones;
aquí, la patria mía
tiene sus ojos amorosos fijos
como en faro de fe, porque bien sabe
que ella sólo es la nave
y al puerto deben retornar sus hijos.

¡Valiente San Ignacio!
Mi patria, agradecida, te bendice;
y a mí, al más humilde
de sus hijos quizás, así me dice:
Mira como se pierden tus hermanos
en ese alegre carnaval del mundo;
y yo, que estuve en él, y que hoy lo miro
desde tu torre con horror profundo,
por amor a Jesús, así respondo:
tu afán es ya mi afán, patria querida;
que El que es Camino, la Verdad, la Vida,
me lo clavó del alma en lo más hondo.

José A. del Valle

27/2/1953-1o./3/53