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Libreta 11a. Pág. 66 – Obra No. 1160

Oración de Cuba ante el Sagrario

“Dadme alguno que ame, y entenderá lo que digo”. San Agustín.


¡Señor, mírame! ¡Jesús, vuelve a mí tus ojos amorosos, que si vivo en tinieblas y sombras de muerte es porque apartaste de mí tus ojos (con acerbo dolor lo confieso) justamente irritado por la torpe impiedad de tantos de mis hijos. Ayer, Señor, cuando por tu amorosa misericordia desperté de aquella pesadilla que duró siete años, repitieron mis hijos hasta la saciedad y enardecidos: “¡Gracias, Fidel!, en vez de repetir, y de rodillas: “¡Gracias, Dios mío! No acertaron a ver tu mano en aquella alborada que más tarde el marxismo eclipsó, ni tampoco en aquella noche que con amorosa justicia prolongaste durante siete años para ver si volvían a Ti los ojos tras tan largas tinieblas; para ver si, después de tantos traspiés y caídas dados entre la sombra, entraban, arrepentidos de su tortuosa vida, por el recto camino de tus mandamientos.
¡Señor! Cómo vivió siempre la inmensa mayoría de mis industriales y comerciantes: cerrando los oídos a tus prédicas amorosas de justicia social.  Cerrando los ojos a la luz de tu Iglesia; esa antorcha que desde hace veinte siglos alumbra al mundo sin parpadear jamás.  Cerrando el corazón a tu llamada tierna, a tu dulce reclamo, a tu ardiente deseo de darte a ellos en entrega eucarística para darles tu paz.
Y ahora, Señor, con qué recio aldabonazo vuelves a llamar a sus conciencias aún dormidas. Con qué terrible azote tratas de despertarlos descargándolo en lo que más les duele: en la carne y en la hacienda.

Ahora sí me atrevería a decir: ¡Gracias, Fidel!  Gracias, porque por ti, azote de Dios, van despertando mis hijos. Porque por esos latigazos que tan despiadadamente descargas sobre tus hermanos con toda la fuerza de tu mano izquierda, van abriendo los ojos y los oídos y el corazón a la luz, a las prédicas y las llamadas del Divino Maestro. Porque por ti, por tu impiedad han de tornarse piadosos. Porque por ti, por tu materialismo ateo se harán espirituales y creyentes. Porque por ti, por tu maldad y tu locura se tornaron mejores y prudentes. Porque por ti, por el odio que en ellos sembraste, ¡Oh, paradoja! han de amarse más y mejor que hasta ayer se amaron; han de llevar en el alma el reino de amor y de la caridad, porque esta virtud que la Virgen del Cobre ostenta como nombre, Ella, a manera de santo rocío la dejará caer  en las flores de sus almas abiertas, por ti, a la piedad y a la oración.

¡Oh, Jesús! Cómo hiere mi alma de madre amorosa el presentimiento de que muchos de mis hijos, a pesar de tan duros azotes, no logren despertar.  Pero no; que la fe que en Ti tengo me dice que no se vierten en vano las lágrimas de una madre si con ellas se mojan las gradas de tu altar. ¡Oh, justo y misericordioso Señor! En este mi abandono y soledad; en estas mis cerradas tinieblas sólo acierto a ver tu mano paternal. Tu mano de padre cariñoso que, porque ama a sus hijos, lo reprende del modo mejor.

Sí, mi Dios; sólo acierto a palpar en mis tinieblas tu mano justa y misericordiosa a la vez. Justa, para amonestar ahora, en esta vida, por no querer castigar en la eterna, por tanto error, tanta ingratitud, tanta pobreza espiritual en tantos de mis hijos. Misericordiosa, porque sólo buscas, cuando con ella nos llamas al orden, que el hombre vuelva su rostro a Ti; única manera de conseguir aquí abajo, en la tierra, lo que por tanto se afana, y que sólo Tú puedes brindarle: ¡La paz! Jesús, presiento que volverás muy pronto a mirarme; a romper mis tinieblas con la luz de tu rostro, y a transformarlas en aurora de paz. Haz, Señor, que en ésta vivan amándote y amándose, para que se realice en mí la súplica que diariamente elevamos al Eterno Padre y que de tus labios aprendimos: “Venga a nosotros tu Reino”.  Amén.