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Libreta 9a. Pág. 52 – Obra No. 920

¡Que Diferencia!


De aquel candil humeante,
pestilente y asfixiante
que usó por siglos la gente,
a la bombilla brillante
que de eléctrica corriente
hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

Del incómodo fogón
de negro y sucio carbón
donde cocinó la harina
más de una generación,
a la eléctrica cocina
que hoy tenemos
y a la técnica  debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

De la letrina indecente,
infecciosa y mal oliente
que hasta en los siglos de oro
fue del pobre y del pudiente,
al pulcro y límpio inodoro
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

De los heraldos del rey
proclamando alguna ley
o dando algún notición
a la numerosa grey,
al radio y televisión
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

De la volanta o volante
donde la gente elegante
disfrutaba de reposo
y mostraba su talante,
al automóvil lujoso
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

De aquellos barcos de vela
de lenta y pálida estela
en los que el genial Colón
dio sus viajes de novela,
al regio barco y avión
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

Del pausado mensajero
que estaba de enero a enero
trotando por el camino,
al teléfono ligero,
momentáneo y repentino
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

De la sencilla fresquera
que llamábamos nevera;
que resguardó del calor
nuestra comida casera,
al buen refrigerador
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

Del aire que el abanico
le daba al pobre y al rico
contra el calor despiadado,
(le dijo Juan a Perico)
al aire acondicionado
que hoy tenemos
y a la técnica debemos
y a la ciencia...
¡Qué diferencia!

Del confort de emperadores
de antaño y nobles señores,
a pesar de su dinero
y sus muchos servidores,
al confort que hoy un obrero
disfruta y debe en conciencia
a la técnica, a la ciencia
y a la humana inteligencia...
¡Qué diferencia!

José A. del Valle