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Libreta 5a. Pág. 63 – Obra No. 426
En un poema hace un largo recorrido
por los rincones de su villa natal
 P. a Guanajay   En la Web

A Guanajay Nos Vamos.


Poesía leía en la Taberna India, la tarde del 7 de Nov. de 1971,
con motivo de reunirnos los exiliados guanajayenses en P. Rico;
ampliada y adaptada al exilio guanajayense de la Florida,
y leída en los salones “Milander Hall” de Hialeah,
la tarde del 6 de Agosto de 1978.

¡Guanajay! ¡Guanajay!
Dime, guanajayense, cuando escuchas
el dulce nombre de tu amada Villa,
tus penas, que son muchas
por ser penas de gélido destierro,
cual noche que se rasga y desvanece
cuando surge del sol la maravilla,
¿no sientes que se esfuman, y que el hierro
de ausencia que te tiene prisionero,
como a un golpe certero
se quiebra al fin, y que gozoso viajas
en alas de la rauda fantasía
hasta aquel rinconcito pinareño,
y vuelves a vivir el dulce sueño
de su antigua alegría?

¿Verdad que sí? Pues yo tambiém mi amigo,
diciendo...¡Guanajay! Me iré contigo.
Llegamos ya. ¡Qué rápido fue el viaje!
Sólo duró un momento.
Para el alma que rompe las prisiones
no son jamás extensas las regiones;
chicas las hace el raudo pensamiento.
Contempla bien el rinconcito amado;
vayamos pues con paso sosegado
sin temor al tirano y sus zarpazos;
el alma, ya lo viste:
nada a su afán de libertad resiste;
sabe romper de la prisión los lazos.

Recorramos la Villa sin cuidado.
El que de ella, no ha mucho se ha ausentado,
suele decir con rostro lastimero:
“Todo en ella ha cambiado
por arte vil del comunismo artero”.

Guanajayense amigo
que disfrutas conmigo
del terruño natal la poesía...
el paso detengamos,
que al corazón de Guanajay llegamos.
Contemplemos su iglesia centenaria
donde día tras día,
años atrás, la celestial María
escuchó con amor nuestra plegaria.
Por milagro de Dios están abiertas
las anchurosas puertas.
Vayamos al altar a toda prisa,
que a la plegaria por la patria amada,
San Hilarión, cual nuncio de alborada,
responderá con paternal sonrisa.

El sagrado recinto abandonemos;
la calle de Aramburu atravesemos
y vayamos al parque Valdés Cinta.
Aún conservan sus bancos de granito,
cual si del tiempo desafiar quisieran
el poder infinito,
nombres de familiares
y de amigos amados
que, aunque por Dios llamados,
vida les presta aún nuestra memoria;
nombres de valerosos que lucharon
y denodadamente trabajaron
por darle siemore a Guanajay más gloria.
Un instante solemne de silencio
para ofrecerlo a su recuerdo pido.
¿Cómo vamos a estar ante sus nombres
y hundirlos en la sima del olvido?
Mas, no sólo pensemos
en estos cuyos nombres aquí vemos:
otros muchos pasaron
que si bien es verdad que no grabaron
sus nombres en la piedra o el granito,
de Guanajay el nombre
dejaron con honor y con renombre
de la Historia en las páginas escrito.
Inclinemos la frente,
y roguemos a Dios por todos ellos
con corazón piadoso y reverente.
Tras la oración, la vista levantemos.
Con alegría vemos
que aún en el parque la glorieta
dibuja en el espacio su silueta.
Nos dicen que esta noche
(que alegre habrá de ser por dominguera)
cerrará la retreta
una marcha sin alma y extranjera
que dicen los idiotas que la cantan
que es internacional. Yo no la escucho
porque prefiero el himno de Perucho.
¡Sí, compatriota, sí! Para nosotros
que a Cuba veneramos
y en Jesús esperamos
y rezamos el Credo,
no vale esa canción de baja estofa
lo que vale una estrofa
del himno de Perucho Figueredo.

Continuemos la marcha que iniciamos
Y...¿hacia dónde tiramos?
¿Vamos hacia el Pontón o la Jupiña?
Vamos hacia el Pontón, amigo mío,
que ansioso estoy de contemplar el río
con que a su paso Guanajay se aliña.
¡Capellanías! Di, Capellanías;
¿Por qué fue tu caudal no ha muchos días
vivaz y rumoroso,
y hoy es hilo de plata delgadito
que se está calladito
cual símbolo de muerte y de reposo?
Ya lo sé, ya lo sé; si ayer cantabas,
era porque vibrabas de alegría;
y es hoy ese silencio que no alteras,
una de las innúmeras maneras
de llorar de la patria la agonía.

Contempla la Rotonda:
El dosel oscilante de su fronda
sombra al Apóstol con amor le presta;
y...de éste la testa
¿reza acaso, o medita?
Las dos cosas tal vez; que atormentada
parece contemplar, y consternada,
de la patria famélica la cuita.

La venerable efigie de la madre
que aquí, junto al Apóstol se levanta
y le ofrece perenne compañía...
nuestra madre cubana, ya no canta.l
Ya no canta; mataron su alegría,
su dicha y alborozo.
El llanto y el sollozo
le oprime la garganta.
¿Cómo no ha de llorar, si al hijo amado
se lo enviaron a extranjera tierra
a sufrir los rigores de una guerra
movida por un déspota inclemente,
y sufre, la infeliz, porque presiente
que alguna bala tronchará el regreso,
y nunca más un beso
podrá dejar sobre su amada frente?

El paso apresuremos;
que hay mucho que correr porque queremos
no perdernos ni un solo rinconcito.
Quiero ver el Pontón, y en el camino
detenernos tan sólo un momentito
para observar, a la derecha mano,
el busto de un hermano
al que Titán de Bronce
denominó la Historia con justicia.
Ya estamos frente a él, y no dudemos
que su espíritu indómito y valiente,
al ver que el comunismo su malicia
sobre la patria derramó inclemente,
le está pidiendo a Dios que le conceda
otra invasión con que barrerlo pueda
desde Oriente a Occidente.

Sigamos adelante,
que quiero darte una lección de historia.
Yo no sé si sabrás guanajayense,
o si lo habrá olvidado tu memoria,
lo que algún que otro coterraneo sabe:
que de la Villa la más vieja casa
fue...(porque todo pasa)
la famosa bodega de La Llave.

Hasta el extremo del Pontón llegamos.
Los dos, entristecidos, recordamos
que en el entierro de algún ser querido
se daba aquí del duelo despedida.
Para aquellos los nuestros que se han ido
y que gozan, sin duda, en otra vida
de horizontes más bellos,
nuestra fe nos invita
a tener en mitad de nuestra cuita
un pensamiento de piedad por ellos.

No hay tiempo que perder; que se hace tarde
y el alma en ansias y en deseos arde
de no perderse de sus calles una,
y así, de pasp, contemplar sus barrios,
sin dejar uno solo:
La Loma, Pueblo Nuevo, la Laguna,
la Reunión, Cocosolo.
De Ismael Cejas el pequeño parque,
al que todos llamamos “de los chivos”,
cercano a la estación de Villanueva.
La carretera que a Mariel nos lleva;
ir al Ojo de Agua
y beber de su linfa unos sorbitos
que, por tener sabor a nuestra Cuba,
más que el vino de uva
habrá de resultarnos exquisitos.

Y ahora; si tú quieres,
vayamos por la Punta,
camino de la cárcel de mujeres.
Ese presidio donde tanto sufre
la cubana mujer.
Pero...¡no, no! pasemos;
no sea que lloremos,
tanto vejamen e injusticia al ver.

Y, como fin al raudo recorrido,
no dejes ver, te pido,
la ceiba extraordinaria
por ser, tal vez, tres veces centenaria,
que cercana se yergue
a lo que hoy es cuartel de milicianos
y ayer fue de Obras Públicas casilla.
La miré con asombro desde niño,
y pareciome siempre que oteaba
y que con celo maternal cuidaba
de nuestra amada Villa.

Volvamos otra vez a la Florida;
que a ella nos llama con afán la vida
que transformó el exilio en ardua lucha.
Pero antes de partir, mi amigo, escucha:
Como hasta aquí lo has hecho,
te ruego que me sigas:
Despedirnos los dos, a todo pecho
y en español, del rinconcito amado.
¡Good by, mi Guanajay! No me lo digas
porque me suena a olvido.
                                         En nombre de la patria te lo ruego:                                           
haz lo que yo, que de esperanza henchido,
le digo estremecido:
¡Guanajay! ¡Hasta luego!


José A. del Valle