Lib. 5a. Pág. 89 - Obra No. 428
Silva a los guanajayenses en el exilio en el día de
S. Hilarión entusiasmándolos por la fe y el amor a
cultivar ellos también la “rosa blanca” de nuestro apóstol
Tu Rosa Blanca
Guanajayense: cuando,porque el Señor lo quiere,
vamos peregrinando;
vamos como cansados peregrinos,
ausentes de la patria,
del mundo por los áridos caminos...
Cuando no nos alumbra
el sol aquel que en nuestra patria un día,
al par que nuestros campos inundaba
con su luz esplendente,
tierna y pródigamente
el alma nos llenaba
de gozo, de entusiasmo y poesía...
Cuando del duro exilio la penumbra,
(la noche, yo diría)
pretende detenernos;
nos llena de nostálgia y nos incita,
cual remedio postrero,
a sentarnos al borde del sendero
a llorar como niños nuestras cuitas...
Cuando estamos así, ¿Qué luz o fuerza
es la que en pie nos tiene y en la vía,
y que aunque a ésta Satanás la tuerza
para hacernos caer en el abismo,
amorosa nos guía?
Es la luz de la fe;
esa que es luz y fuerza a un tiempo mismo.
Esa que ayer, dejándonos el alma
a su virtud y excelsitud repleta,
obró la maravilla
de congregarnos a los pies augustos
del santo anacoreta
que es patrono y tutor de nuestra villa.
Que esa fuerza, esa luz, guanajayense,
sea faro en tu vida.
No olvides que esa luz es luz sagrada
por la mano de Cristo concedida,
y que mientras más dura y aguerrida
te sea la jornada,
más, mucho más has de llevarla erguida;
erguida y encendida
como santa y divina llamarada.
No olvides que esa luz es luz del cielo
para nuestro consuelo.
No olvides que esa luz te la encendieron
en el hondón del alma
como antorcha divina y te dijeron
al dártela, cubano:
¡Agárrala! Levántala y exclama:
¡Jamás! ¡Jamás esta divina llama
ante el dolor la soltará mi mano!
Esa luz de tu fe, guanajayense,
es semejante a aquella lamparita
que arde al pie de Jesús Sacramentado.
Es un fuego sagrado
que no puede extinguirse y necesita
toda tu precaución y tu cuidado.
Esa luz de tu fe se apagaría
si con cera de amor no la alimentas.
Ama, pues, que quien ama
no teme nunca que tan santa llama
se la apaguen del mundo las tormentas.
Ama y verás que si pesada y larga
del destierro te fuese la jornada,
amor y fe te aliviarán la carga;
transformarán tu pesadumbre amarga
en la dulce quietud de una alborada.
Ama, pero no sólo al compatriota
que con calor de amor te llama hermano;
al negro, blanco, chino o borincano
que a ti se acerque a mitigar su cuita
a todo el que tu mano necesita
con todo el corazón dale tu mano.
Y para todo aquel que con su dardo
te rompe el corazón o te lo arranca,
¡guanajayense, imita a nuestro bardo!
¡Jamás cultives cardo!
¡Cultiva tú también la rosa blanca!
Cultívala y ofrécesela al mundo
con amor cristianísimo y profundo,
para que todo el que te trate piense:
este amigo cubano
es un cabal cristiano.
¡Sin duda alguna que es guanajayense!
José A. del Valle
San Juan de P. Rico, 22 de Ocbre. de 1972
Recitada en el restaurante de Manolo Fernández,
con motivo de reunirse, en honor a San Hilarión,
los guanajayenses en el exilio
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