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Épicas y Místicas Pág. 11 Obra No. 1 
Canto lleno de amor
y reconocimiento a la Iglesia Católica.

CANTO  A  LA  IGLESIA  CATÓLICA

A la memoria de mis padres


¡Dios te salve, mi madre, Dios te salve!
Yo te saludo con la unción aquella
con que el arcángel saludó a María,
porque hay en ti la excelsitud que en Ella;
porque hay en ti la misma poesía
que palpitó en el alma inmaculada
de la Madre de Dios; porque otra estrella
eres de amor y paz que guarda y guía
este leal rebaño
que en esta baja esfera
ir a Jesús por tu camino espera
porque en tu ciencia y santidad confía.

¡Esposa de Jesús! Quiso Él que fueses
como su Madre, célica y bendita.
Si a su poder y a su vigor fecundos
fraguáronse los mundos
y la vida palpita,
sólo el amor al hombre
bastole para darte
las gracias todas que otorgó a María:
La castidad, la caridad, que es arte
que transforma en delicia el sacrificio;
la paciencia sin fin, la mansedumbre,
la fe, sin cuya lumbre
todo es tiniebla y sombra;
la paz que ofreces y el certero juicio
con que deslumbras aun a los que niegan
tu origen santo y tu sagrado oficio:
Sólo tú, Madre puedes
con Dios reconciliar;
nadie más puede atar lo de allá arriba
y menos desatar;
que tu poder en Jesucristo estriba.
Su ardiente sed de amor y de justicia
hízote justa y santa,
a más de darte su blasón eterno:
¡Sí; que jamás los monstruos del infierno
podrán hollar tu divinal garganta!

Si te fundó Jesús, si eres su esposa
y esposa sólo hay una,
la Verdad que defiendes y sustentas
y por la cual alientas,
latir no puede, en comunión alguna
que se aparte de ti. Sólo tú, madre,
puedes gloriosa repetir al mundo:
“La Verdad está en mí; yo soy venero
de esa linfa de vida y de alegría
que torna puro lo bestial e inmundo;
ven a beberla en mí; dártela quiero
porque tu sed comprendo y me atormenta.
Yo también tengo sed: sed de las almas
como mi Esposo en el madero un día;
sed de que dejes de vivir sedienta,
cansada humanidad; ¡sí! que daría
mil vidas que tuviese
por verte reclinada en mi regazo
y unirte a Dios con tan estrecho abrazo...
¡que con Él te fundiese!

Así a los hombres, sin cesar invitas
a pasar de la vida la tormenta
bajo tu blanco manto;
así, llorosa, clamas,
por incendiar el mundo con las llamas
del amor de tu Dios tres veces Santo.
Así llama Jesús por boca tuya
al Banquete Eucarístico, en su anhelo
de transformar la vida en aleluya
y anticiparnos su glorioso cielo.
¿Oirán los hombres tu llamada tierna?
¡Oh, si supiesen que tu voz no es otra
que la voz de Jesús! ¡Oh, si supiesen
que no debe jamás ser desoída;
que la voz de Jesús es vida eterna,
y es vida eterna porque El es...La Vida!

Eres de paz y de consuelo fuente.
¡Qué placidez y célica alegría
le presta al alma mía
saber que en ti la vida es sonriente!
Si los que en ti vivimos
henchida el alma de placer sentimos
en este nuestro valle de dolores,
es porque tú, a éstos, con el arte
con que quiso Jesús engalanarte...
¡nos los tornas en flores!

Yo vivo en ti tal placidez gozando,
que bien puedo decirle al que llorando
viniese a mí sediento de consuelo,
que sólo en ti la paz puede gustarse
y que viviendo en ti puede tornarse
su purgatorio terrenal en cielo.

Te hizo eterna Jesús. Y ¿los que viven
de tus frutos y fe no habrán de serlo?
¡Lo serán! Gozarán de tu victoria
al ser del tiempo el término llegado;
cuando no corra el río de la Historia
que, por Cronos morir, se habrá secado.
Serán eternos como tú: Gozosos
entonarán por siempre al Dios que adoran
himnos de gratitud y de alabanza;
mientras que aquellos que a tu voz cerraron
el duro corazón; que no escucharon
tu palabra de amor y de esperanza,
serán también eternos;
mas, ¡ay! ¡Qué eternidad! Será maldita;
de rabia llena y de furor y cuita...
¡por ser así la vida en los infiernos!      

¡Eterna como Dios! Ni el mundo osado;
ni la soberbia de Satán y rabia
con que está sustentado,
han logrado su afán de destruirte;
de aniquilarte, como ha tiempo, sueñan;
a pesar de lo mucho que se empeñan,
no han conseguido levemente herirte.

Y ni el tiempo voraz; esa polilla
que oculta en todo lo existente vive
sólo para matar; esa semilla
de muerte y destrucción que todo late;
esa llama invisible y silenciosa
que avanza sin cesar, que no reposa
y que todo lo abate;    
ese viejo cruel siempre empeñado
en arrugar a la mujer hermosa,
no ha podido en tu rostro inmaculado
sus huellas estampar; te ha respetado
porque sabe que es vana
de su mano la acción sobre tu frente;
sabe que eternamente
te mostrarás incólume y lozana;
sabe que si ayer fuiste vigorosa,
hoy eres más, y más esplendorosa;
¡y mucho más habrás de ser mañana!
¡Eterna como Dios! ¡Sí! podrá el mundo
desparecer tras igneo cataclismo;
podrá el averno desquiciar la tierra
y la ignífera guerra
sumir al globo en infernal abismo;
podrán las luminarias del palacio
sin fin del universo
dejar de gravitar y, fragmentadas
a la nada volver; podrá el topacio
fulgurante del sol ser sombra helada
y la noche silente y enlutada
ser la reina macabra del espacio;
todo podrá pasar; aun los infiernos
que, según Jesucristo, son eternos,
desparecer podrán si a Dios le place;
tú no, ¡jamás! ¡jamás! Que tú eres arca
que sabe desafiar cuanto diluvio
se pueda presentar; tú eres la barca
donde bogan aquellos que por buenos
no pueden zozobrar, y va en tu proa
la Vida de esas vidas que atesora
tu seno acogedor. ¡Va el gran Marino!
¡Va el Timonel experto!
¡Va el Capitán divino
que salvando las sirtes del camino,
glorioso, al fin, te llevará a su puerto!

Si en ti Jesús está; si es nuestro guía;
si es la más deliciosa compañía
que en el desierto del vivir podemos
los hombres desear, ¡y la tenemos!...
¿Qué podremos temer? ¿Qué desventuras
podrán turbar la paz y el santo gozo
del alma del cristiano,
cuando eres tú quien su ambular dirige;
cuando eres tú, mi madre, quien la rige
con santa, sabia y amorosa mano?
¿Qué dudas o temores
podrán turbar el corazón y mente
de los que en ti, sin titubear, ponemos
cabeza y corazón porque sabemos
que es tu voz la de Dios? ¡Y Dios no miente!
¿Qué miedos o terrores
podrán robarnos el preciado sueño,
si en tu regazo maternal estamos
si en él sin dudas ni temor soñamos
con las promesas de tu dulce Dueño?
¿Si es de la Cruz el sacrosanto leño
manantial de bondades?
¿Temer? ¡Jamás! Vivir vida completa
de esperanza y de fe puestas tan alto
que no es vivir aquí sino en el cielo.
Es ése el don valioso que a tus hijos
tu ternura de madre nos regala;
es don tan prodigioso,
que es para alzarnos sobre el mundo odioso...
¡nuestra mejor escala!
¡Vivir de ti y en ti!...¡Gracias, Dios mío
por tan santo favor! De éste mi pecho,
(jardín de paz que cultivó tu esposa)
brota la blanca rosa
de una oración de gratitud bendita
que nunca el soplo del dolor marchita
y cuyo aroma santo
se levanta hasta Ti. Si moja el llanto
sus delicados pétalos ahora,
has de saber, Señor,
que en mí, más que el dolor,
es la sagrada gratitud quien llora,
porque la fe me dice que Tú fuiste
quien a mis padres regalar quisiste
la dulce paz de tu eternal aurora,
y que este llanto mío
transformado en plegaria
por arte excelso de la fe bendita,
es tónico rocío
que la flor de sus almas necesita.
Y a ti, gracias también, Iglesia santa
de nuestro Redentor; que en ti nacieron
y en ti morir supieron
con tus preces de amor en la garganta.
Esta flor de la fe que aquí en mi pecho
supiste cultivar, su fruto ha dado
de santo y noble orgullo:
que es mi mayor honor ser un soldado
del Dios crucificado,
y mi gloria mayor, ¡ser hijo tuyo!

José A. del Valle