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Ép. y Míst. Pág. 68 Obra No. 15 
Paradoja

El Mensajero de la Paz


Inspirado en el Pacto de Munich.
Para mi dilecto amigo y compañero
Miguel Rodríguez López
En derredor de una redonda mesa
varios hombres sesudos ventilaban
la más grave cuestión que en este siglo
del hombre, turba el alma:
El problema terrífico y adusto
que llamamos social, y que separa
en legiones henchidas de rencores
la mies inmensa de la especie humana
Cada varón de aquellos que a la mesa
cuestión tan importante ventilaban
era símbolo y forma de las muchas
utópicas reformas que levantan
sus “dorados y bellos” estandartes
del mundo iluso en la anchurosa plaza,
y que en aquella memorable escena
sólo triunfar de las demás ansiaban.
Allí representando al Comunismo
está un señor de respetables barbas;
de gesto adusto, de ademán altivo,
y mirada tan turbia, como el alma.
Al lado de éste ¡sí! codo con codo,
está sentado un joven cuya traza
símbolo es de la fe y el entusiasmo
que laten en sus cálidas entrañas;
fe candorosa y entusiasmo ingenuo:
¡tal es la Democracia!
No podía dejar el Socialismo
de mandar su abogado, que allí estaba
con gesto de sesudo y de discreto
defendiendo sofísticas pragmáticas.
Al Fascismo también representando,
está un señor de inalterable cara;
de músculos tan rígidos
y severa mirada,
como rígidas son y son severas
las leyes de su patria.
Junto a felino tal, y ambos enfrente
de los tres anteriores “camaradas”,
está el que tiene, como buen nazista,
tan duras cual la mano, las entrañas.
También el Anarquismo intolerable
mandó su defensor, de cuyas trazas
detalles no os daré porque no quiero:
porque os van a asustar mis pinceladas
y no vais a dormir en varias noches
recordando su estampa.
En fin, estos señores y otros muchos,
sobre tema tan serio platicaban;
mas, no platican ya; que ya discuten,
y al discutir se encaran;
y estos, alzan los puños trepidantes
en señal de amenaza,
mientras los otros, con la diestra en alto
y extendidos los dedos y la palma
cual símbolo de normas aplastantes,
furiosos se levantan.
Mas, ¡oh fortuna! cuando aquella junta
va a convertirse en colosal batalla,
sobre la negra mesa,
(que a Europa en relidad simbolizaba)
alzóse un ángel de celeste albura
que iluminando la infernal estancia (1)
con los suaves destellos
de sus esbeltas y argentadas alas,
de aquellos hombres aplacó la furia
con estas evangélicas palabras:
Humanos, escuchad, estadme atentos;
serenad vuestras almas.
¿Qué hacéis? ¿Por qué reñís? ¿por qué el aliento
de Satán os arrastra
cual torbellino que iracundo agita
las mustias hojas que arrancó a la planta?
Cada cual de vosotros, con fe ciega
sus reformas utópicas proclama
sólo atendiendo del Derecho el grito;
mientras el grave del Deber, que os manda
que os améis como hermanos,
lo acalláis porque os punza y os embarga,
cuando sólo escuchándolo y siguiéndolo
la libertad os prestará sus alas.
Sólo habláis de políticas mejoras
y nada hacéis por mejorar el alma;
y tenéis que saber que sólo en esta,
cuando es pura y es santa
porque abraza amorosa el sacrificio,
Felicidad construye su morada.
Si es buena la simiente, poco vale
si la tierra es avara.
El alma de los hombres es estéril
si no la besa del amor el agua;
y si a tan dulce linfa
no dejáis que os fecunde las entrañas,
jamás el árbol de la humana dicha
con áuro fruto adornará sus ramas.
Esto diciendo el ángel,
desapareció tras replegar sus alas;
se quedaron los hombres pensativos...
y un sol de paz iluminó la estacia.

José A. del Valle
(1) el mundo