Con motivo de un reparto
navideño a unos ancianitos.

Un rayito de sol me hirió en el alma,
y a su luz prodigiosa despertaron
los dormidos recuerdos de mi infancia.
Y me vi en la casona solariega,
a la tibia caricia de la cama,
contemplando extasiado los prodigios
que un rayito de sol, cada mañana,
me ofrecía al herir los canelones
de aquella antigua y complicada lámpara
que era para mi madre inolvidable
el adorno más regio de mi estancia.

Aquel rayo de sol, tras de filtrarse
por el ancho cristal de mi ventana,
juguetón y travieso, convertía
canelones y cuentas en hamaca;
y al impulso ligero de la brisa
como un niño feliz se columpiaba;
y lanzábase luego al suelo, al techo;
a las cuatro paredes, a la cama,
para hacer una rosa de colores
de aquel ámbito dulce de mi estancia.

Y este rayo de sol que hoy ha tomado
nuestro cristiano corazón por lámpara,
¡qué arcoiris de paz y de alegría
ha tendido en el cielo de esta sala!
Este rayo de sol todo ternura
de la fraterna caridad cristiana,
hizo el milagro aquí de transformarnos
en polícroma flor toda la estancia:
que es un color cada emoción sentida;
un pétalo fragante cada jaba; (*)
y el amor y la paz y la alegría,
se hicieron un milagro de fragancia.

(*) Bosa grande de papel donde poner los regalos

José A. del Valle