Libreta 10a. Pág. 199 – Obra No. 1130

La  Novia


¿Tú te has puesto a pensar en lo pobre,
despoblada, sin arte y escueta
que por varios milenios los hombres
contemplaron la faz de la tierra?
¿Y te has puesto a pensar en lo ornada
y lo rica en dinero y belleza
que hoy podemos mirarla los hombres
que estamos en ella?
¿Y te has puesto a pensar en que el cambio
se debe al esfuerzo, tesón y paciencia
de unos hombres que vieron la vida
como cosa sagrada y excelsa?
Como santa misión la tuvieron,
y se dieron con todas sus fuerzas
a ponerle la cara bonita
y el alma radiante de santa belleza,
a esta novia que es novia de todos
y que todos llamamos La Tierra.

El gañón con la azada en la mano
y la yunta al arado sujeta,
se afanó de tal modo que pudo
conseguir que ella misma le diera
de frutos y flores
abundante y fragante cosecha
que a millones de seres humanos
sostiene y deleita,
y que en ella la vemos que brilla
cual si fuese fultente diadema.

Y si hoy tiene dinero la novia
se lo debe a los hombres de empresa
que, a pesar de moverlos el lucro,
con industrias y granjas diversas,
el comercio, el transporte y la Banca,
la dotaron de enorme riqueza.
Pero vemos, amigo, que sufre
porque aun siendo tan rica, ¡qué pena!
Aún alberga...¡muriendo de hambre
y sumidos en honda miseria!
A millones de seres humanos
que en vano suspiran, esperan y esperan
que los ricos que el oro derrochan
en orgías, banquetes y fiestas
porque olvidan que hay pobres y viven...
(Ten, Jesús, de sus almas clemencia)
con el cuerpo sumido en su oro
y el alma en miseria...
no se olviden que hay almas hermanas
que es preciso ayudar, socorrerlas,
porque el hombre les tiene la boca
como a tiernos pichones...¡abierta!

Y se dieron también a arreglarle
la cara a la novia los hombres de ciencia,
construyendo sustuosos palacios
de mirifica y rara belleza,
que exornaron con fuentes y flores
y estatuas y luces, que dejan suspensas
las almas de todos: de chicos y grandes
que a verlos se acercan.
Y no sólo arreglarle la cara:
A infundirle energía y presteza
a la plácida y lánguida vida
que vieron en ella,
regalándole innúmeras cosas
que la tienen en una carrera:
porque el auto, el teléfono, el radio,
el avión que tan rápido vuela
y los miles de inventos que tienen
la corriente que llaman eléctrica
por vida y por alma,
no le dan ni reposo ni tregua.

Y por darle belleza a su alma
con la luz de sublimes ideas,
hace siglos que están empeñados
los hombres de letras:
Con la aurora de letras paganas
despertarla lograron y verla
sacudir el sopor para siempre,
los maestros de Roma y de Grecia.

Y al bajar de los cielos el Verbo;
ese Sol cuya luz es eterna,
y que está en el cenit derramando
a torrentes verdad y belleza
que captaron las plumas gloriosas
de Agustín, de Tomás, de Teresa
y de miles y miles de santos
que son gloria y honor de la Iglesia...
Al bajar de los cielos el Verbo,
se inspiraron en él los poetas
y los místicos todos y aquellos
cuyas plumas honraron las letras.
Y los tantos y tantos artistas
que en formas diversas,
con plásticas artes,
al cincel y pincel y paleta
arrancarles lograron y darnos
celestiales y santas escenas
que a las almas exaltan. Y aquellos
que a las notas de dulces vihuelas
y de flautas, violines, guitarras
y de panderetas,
por ser ases geniales del ritmo,
por siglos y siglos, con mano maestra
le alegraron la vida a la novia
con alegres melódicas piezas
inspiradas en santos motivos,
que a Dios honra con ellas la Iglesia.
¡Todos ellos colmáronle el alma
de santa, de casta, de alegre belleza!

¡Oh, si todos hubiesen querido
que fuese de alma más rica y más bella!
Pero, no, ¡ay dolor! Porque ha siglos...
y hoy más. por desgracia, la afrentan
los que haciendo de cultos alarde,
con sus plumas de mala ralea
van mordiendo cual hábiles sierpes
en mentes sencillas, confiadas y tiernas,
y dejando el veneno terrible
de doctrinas sensuales y ateas...
y también los que viven al margen
de la ley y del orden, y dejan
en el rostro gentil de la novia
pacífica y buena,
del crimen, del robo
y del odio y la terca violencia
(que son olas del fétido infierno)
las hórridas huellas.

De los necios que así se portaron,
si con alma dolida y sincera
no pidieron a Dios de sus culpas
perdón y clemencia,
ya la Historia, la rígida Historia
(de jueces maestra
que condena en sus juicios, a veces,
al que Dios, al juzgarlo, condena)
con rígida mano
en sus páginas tristes y negras
(porque habrás de saber que las tiene
brillantes y bellas)
ha estampado sus pésimos nombres
y añadido después: ¡Anatema!

José A. del Valle
Miami, 10 de abril de 1986