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Ép. y Míst. Pág. 65 - Obra No. 14  
Paradoja

Utópica  Igualdad


Como encajes que flotan al aire;
cual visiones de pálido ensueño;
como gnomos y duendes y silfos,
juguetones, inquietos, traviesos,
cuyas plantas ni a nada ni a nadie
le guardan respeto;
delicados, ligeros, ingraves,
impalpables, callados y lentos,
una blanca mortaja al paisaje
van los copos de nieve tejiendo;
que en las alas del bóreas helado
los trajo el invierno;
ese viejo de gélidas barbas,
de cachetes que soplan tan recio,
que al contacto del aire que expelen
el mar y la tierra
se abrazan formando
nevado desierto.
Ya la savia, que es vida y es sangre
y es alma y es celo
de ese príncipe augusto a quien Flora
con orgullo de madre le ha puesto
la corona más regia y gallarda
de todo su reino;
el más noble gigante del mundo;
del árbol excelso,
de correr y jugar ha dejado:
la ha besado la amnesia del cierzo,
y en un manso remanso de olvido
se aduerme esperando
que el beso de Flora
le preste su fuego

Está todo en redor, blanco blanco...
Blanco el lomo enarcado del cerro;
blanco el valle y el monte y el prado
y el débil arbusto y el árbol esbelto;
blanco el ancho y paciente camino
que es vena de vida que entona los pueblos,
y la sierpe escondida y humilde
de estrecho sendero.
Y la fuente y el río y el lago,
que hasta ayer estuvieron riendo,
están mudos, callados, ¡sin vida!
La perdieron al beso del cierzo...
Qué tristeza más grave y más honda
la de ver que ateridas, murieron
las parleras alondras que el agua
soltara a su paso
llenando las frondas de dulces arpegios.

Las mansiones pomposas y augustas,
altivas y adustas igual que sus dueños;
la aplastada y humilde cabaña
que guarda y entraña más fe que dinero;
las casonas de frentes señudas
y estancias tan mudas que engendran silencio,
y la choza que en medio del monte
del torvo horizonte resguarda al viajero,
todas visten el blanco uniforme
que en sus reinos impuso el Invierno;
todas visten la misma librea,
de igual simbolismo perfecto;
todas son igualmente tratadas
por este caduco, senil comunista
de entrañas de hielo.
¡No, mal viejo de heladas barbazas!
Tus furores aplaca, mal viejo;
que hay en esta cabaña que azotas
con todas las iras que prestas al cierzo,
un labriego infeliz cuya vida
no tiene otro anhelo
que bregar porque tengan sus hijos
abrigo y albergue, calor y sustento.
Mira en esta otra choza maldita
a un ser que es aborto fatal del infierno;
a un ser a quien dieron el vicio y el crimen
tan hórrido aspecto,
que no pudo el terror conseguirse
mejor mensajero.
Mira en este palacio orgulloso
que tus furias afronta sereno,
a una triste caterva de ricos
que, torpes y necios,
esquivar tus azotes pretenden
con caros licores y drogas y bailes obscenos.
Y ahora mira en esta otra cabaña
de estrechas estancias y débil alero,
a una santa familia que reza,
mientras chascas tus látigos gélidos,
al amor de una rústica estufa
donde arden los pinos y encinas y abetos
que en días de Otoño
del hacha a los golpes rendidos cayeron.
¿Ves qué injusta igualdad imponernos
pretendes, mal viejo?
¿Ves que hay casas que son más que casas,
altares y templos,
mientras otras, del vicio y del crimen
son antros infectos?

¿Ves que hay santas moradas que encierran
pedazos de Cielo,
mientras otras son, ¡ay! sucursales
del hórrido infierno?
¿Ves que no hay la igualdad que pretendes
aun cuando nos vistas con esa librea
de nieve y de hielo?
Como estás ya caduco y cansado,
tu injusticia perdono y comprendo;
mas, no aquella que algunos mortales,
con fines aviesos
imponernos pretenden y gritan:
¡La igualdad es estado perfecto!
Y no saben que si hoy comenzase
la nevada de todos sus yerros,
y nevando, nevando, estuviera
hasta el mismo minuto postrero,
iba a haber la igualdad que dejaste
después de cansarte de dar latigazos
de bóreas y cierzo.


José A. del Valle