Home > Sus Poesías > Poesía Bucólica > Al Valle de Viñales
Ép. y Míst. Pág. 110
Obra No. 45 – Poema lírico-bucólico religioso

Al Valle de Viñales

(versión original)

A mi provincia inolvidable

¡Gracias, gracias, Señor! Mi alma cristiana
que sólo en tu presencia se arrodilla,
también se postra aquí para ofrecerte
una oración de gratitud cumplida;
¡Gracias, Señor, que permitís contemple
tan alta maravilla!
Y gracias otra vez, y mil, Dios mío,
porque a esta joya de mi tierra chica
le engarzasteis la perla de Viñales;
este valle dormido a quien mi lira
hoy ofrece el tributo de sus notas
como te habla mi alma: ¡de rodillas!

¡Oh, tú, de mi provincia inigualable
rincón el más precioso!
Silencio, soledad, quietud, reposo,
dulce dormir es tu vivir tranquilo...
y ¿por qué ahora un pájaro agorero,
soltando el duende de su canto adusto
rompió el cristal de tu silencio augusto,
su más seguro y respetado asilo?

Bien lo comprendo ya: del ave el canto,
el bregar de los hombres que sustentas,
el correr del bridón por tu llanura
el ladrar del mastín en tu espesura,
el balar de la oveja que apacientas
y que todo hasta mí llega acordado
cual la nota de un himno desprendida,
es el latir sereno, acompasado,
que me habla de tu sueño y de tu vida.

Y ¡con qué augusta majestad reposas!...
Tu casto y dulce aliento,
céfiro nemoroso,
tras arrullar las palmas majestuosas
que en tu seno feliz duermen confiadas
como la esposa en brazos del esposo,
hasta esta cumbre de do os hablo, llega,
mi frente besa, me dilata el pecho,
con mi cabello enmarañado juega
y en giros mil y en música deshecho
a mis oídos, amoroso, canta:
dime, viajero que hasta aquí llegaste,
si vez alguna contemplar lograste
quietud tan honda y maravilla tanta.

¡Jamás! ¡Jamás! Respondo
sacudiendo del éxtasis el peso;
pero tu magia es tal, tal es la calma
que aletarga la marcha de tu vida,
que al pretender el alma lo más hondo
de tu seno besar con su mirada,
cual si rodase al fondo de la nada
de nuevo queda en estupor sumida...
¡y sueña! y la cambiante fantasía
tu ámbito dulce de deidades puebla;
y las ve deslizarse lentamente,
que su paso silente
es el paso callado de la niebla
que llevándolas va. Del mundo huyendo,
dulce refugio en tu quietud hallaron;
fuiste y eres su edén, su paraíso;
y tanto fuiste a la quietud sumiso,
que del mundo y del hombre se olvidaron.

Allí la Paz está; vedla sonriente,
cruzar el llano y escalar la cuesta
y volver a bajar, sin más anhelo
que transformar en venturoso cielo
con sus mágicas plantas, tu floresta.

En tu rincón más plácido y hojoso
la esquiva Soledad vive escondida;
bajo el árbol aquel yace el Reposo,
en cuyo rostro dulce y bondadoso
sus galas muestra la fecunda vida.

Ved la Contemplación; bajó la frente,
y en el regazo del Silencio sueña;
suspira sonriente;
y al besarla en el pecho la Delicia,
con estáticos ojos acaricia
al Dios de amor que en cautivar se empeña.
¡Dulce valle de paz! de ti me alejo;
me vuelvo al mundo, pero no te dejo:
tu recuerdo, por célico imborrable,
va aquí en mi corazón; que en la cabeza
aunque también lo llevo, es muy probable
que del mundo a los golpes
caiga del pedestal que le he erigido,
no así el del corazón, que en este templo
donde le rindo culto a lo más caro,
jamás un ara levanté al olvido...
¡Calla, lira, por Dios, calla, garganta!
que es tanta la quietud, la calma es tanta,
que el viejo Cronos se quedó dormido...

José A. del Valle