Libreta 6a.  Pág. 138 - Obra No. 536
Silva en la que pasea con el recuerdo y
sublimado a la vez, cada rincón del
hermoso pueblo, rememorando también
a sus hidalgos y valerosos hijos.

A Santillana del Mar

A mi dilecto amigo,
el montañés José Vázquez,
con fraternal afecto. Sinceramente.


¡Santillana del Mar!  Tu dulce nombre
de santidad e inmensidad me habla.
De la gloriosa santidad aquella
con que adornara el alma
y le diese valor ante el verdugo,
tu Patrona ejemplar: Santa Juliana,
y de esa inmensidad de poesía;
de ese mar sin fronteras y sin playas
de medioeval belleza
que en tus callejas y casonas guardas,
y que compendias y al viajero muestras
para gloria de Dios y La Montaña,
en esa joya de labrada piedra
en la que el arte derrochó sus galas;
en ese arquitectónico poema
que son sus arcos y sillares canta
con histórico acento,
cual si fuesen estrofas centenarias,
el católico brío,
la fe robusta y la piedad de España.
En ese templo que el amor a Cristo
te inspiró, Santillana,
y que los siglos; los voraces siglos
respetan con amor: ¡La Colegiata!

Déjame entrar en ella.
Del recuerdo las alas
serán las que me lleven hasta el claustro;
que una enorme distancia
me separa de ti. Ya lo contemplo.
Ya me gozo en mirar su columnata.
En ella el arte medioeval da muestras
de inspiración y de paciencia magnas.
Capiteles diversos y sublimes
las columnas exornan y rematan.
Al ignorado artista que los hizo
lo contempla mi mente ensimismada,
porque ve que los golpes
que le asesta a la piedra, cuando labra,
los da con tanto amor, que para Cristo
son himnos de alabanza.

Salgo del claustro en alas del recuerdo
para admirar tus calles y tus casas.
Esas casonas que el que sabe verlas
con los ojos del alma,
ve páginas de historia en los blasones
que ostentan con orgullo sus fachadas.
Las casas de los Villas y Ceballos,
de los Velardes la admirable casa,
y que es la cuna excelsa
de aquella estirpe, gloria de la patria,
que dio el vástago aquel que el dos de Mayo
la vida dio por el honor de España.
Y entre las muchas más, una descuella:
la regia del Marqués de Santillana,
en la que éste nos dio sus “serranillas”
de eglógico sabor y eterna fama.
Pueden decir al verte los turistas
que el Marqués y sus guardas
la habitan todavía, y dar por cierto
que los monjes de antaño sus plegarias
rezan aún en esas galerías
del claustro de la regia Colegiata,
porque el tiempo parece que extasiado
se ha quedado ante ti, porque no pasa.
No pasa, no ¡sin duda!
Que, aunque eres varias veces centenaria,
aquel que ve en tus piedras
páginas de la historia de la patria,
te ve joven aún,
gentil, juncal, gallarda.
Y al que ve que a ti van los montañeses,
cual si fueses mirífica fontana,
a beber en tus chorros luminosos
la fe, con vivas ansias,
se le escucha exclamar: ¡Señor! ¡Por eso
dio un Menéndez Pelayo la Montaña!

José A. del Valle
San Juan de Pto. Rico, 11 de Julio de 1976