Ép. y Míst. Pág. 73 - Obra No. 19
Semblanza Épica

A Franz de Beche


(Héroe y víctima de la tragedia
del “Morro Castle”)

Préstame un rayo, sol; préstame un rayo
de tu soberbia lumbre.
Préstame un rayo, sol; lo necesito
para subir por él hasta la cumbre
do reinas con fulgores de topacio,
y con él escribir en lo infinito
del anchuroso espacio,
donde brille esplendente
con caracteres de eternal memoria,
el nombre de un valiente,
de un héroe a quien la Historia,
grabándolo, amorosa, en sus anales,
lo arrulla con sus himnos inmortales
en el solio fulgente de la gloria.

¡Franz de Beche inmortal! ¡Joven atleta!
Si la lira infeliz de este poeta
tu sacro nombre a pronunciar se atreve
y humilde canto a tu memoria entona,
no ha de ser éste pérfido y aleve
como ése con que el mar al arrullarte
tu gesto heroico y tu valor pregona.
No tendrá, no, las galas con que el Arte
orna los himnos que en tu honor levantan
hasta el Reino de Dios, en donde moras,
los otros bardos que tu gloria cantan.
No será acompasado y majestuoso
cual la marcha solemne de las horas;
no ha de ser inmortal como tu nombre;
no ha de ser tan glorioso,
pero eres tú, valiente, quien lo inspiras;
tú, que, con noble gesto
con que has del orbe el alma estremecido
y te has hecho ya digno de las cuerdas
de las épicas liras,
por salvar una vida te inmolaste;
por salvar una vida desafiaste
del fuego el beso, de la mar las iras.

Calma en las almas y en la mar había;
pero el genio del mal, que no dormía
porque no duerme nunca;
porque es pequeña su eternal vigilia
para que fragüen sus proyectos todos;
(maquiavélicos modos
con que las vidas trunca)
realizó sus empeños:
clavó su garra fiera
del barco muelle en la confiada gente
con tanta saña y con encono tanto,
que lo que antes fue paz y fue contento
trocóse en un momento
en desorden horrible y en espanto.

Ya las voces de ¡fuego!
turban la paz tranquila y apacible
de la noche callada;
ya el mar también, su cólera temible
desata enfurecido
contra la pobre gente
que en él entró resuelta y confiada;
ya todo es confusión, todo es angustia.
A esa madre mirad, pálida y mústia,
abrazarse al esposo idolatrado
y llorar en sus brazos, sin sentido;
que vió desaparecer, horrorizada,
su rubio y bello pequeñín querido
a un golpe fiero de la mar airada.

De un lado el fuego devorando avanza;
de otro lado la mar, de su pujanza
alarde haciendo, con el barco juega.
¿Qué haremos? ¿Qué Señor? Todos preguntan
al mismo tiempo que las manos juntan
para pedir misericordia la Cielo;
quien tal vez enmudece y tal vez calla,
porque mira indignado
con cuanta iniquidad hase cebado
el corazón sin Dios de algún canalla.

No con letras de sangre, como al de éste,
en sus sagradas páginas la Historia
tu nombre grabará;
no, la memoria
de tu gesto espartano,
como árbol secular e inmarcesible,
arraigará en la humanidad entera
y sus frutos dará. Serás bandera
y emblema de nobleza y de bravura
ante el cual, reverente,
con celo patriarcal y religioso,
todo padre amoroso
infundirá en sus hijos la ternura
que ha de beber la humanidad doliente,
si quiere mitigar tanta amargura
que va calando cual ponzoña impura
su corazón, sus manos y su frente.

Tras ofrecer, magnánimo y pidadoso,
a una débil mujer desamparada
tu ya puesto valioso salvavidas,
con aire indomeñable de coloso
desafiando el abismo,
te abalanzas a él, bravo y resuelto,
confiando sólo en tí y en tu herísmo;
sin pensar, Franz glorioso,
que el mar es traicionero y ambicioso;
que al sumergirte en él, lo enriquecías;
porque eres un tesoro
más grande que las perlas y que el oro
que atesora en sus bóvedas sombrías.

Por eso en él quedaste;
por eso te aprisiona codicioso
y te arrulla y te canta y te embelesa
como le hace a la nave;
porque sabe
que lo haces más sublime y misterioso.

Escucha, Franz, desde el sitial dorado
do tu gesto y valor te han colocado,
de gratitud el himno majestuoso
que las mujeres todas de la Tierra
han en tu gloria y en tu honor alzado:
el corazón de cada madre buena;
el corazón de cada amante esposa;
el corazón de la doncella hermosa,
por magia celestial, hanse trocado
en acordadas arpas que, rasgadas
por el plectro sutil del sentimiento,
heroicas loas a tu nombre entonan:
las flores con que adornan y coronan
el palio augusto de tu excelso asiento.
Orgullosa de ti, la cara Patria
confiará al duro bronce
el perpetuar tu nombre y tu heroísmo;
bronce que, dócil a tan noble empeño,
del artista el ensueño
perpetuará con hondo simbolismo.
Pero más que ese bronce eternizante
de tu hazaña y tu nombre; más que el canto
hecho rosas purpúreas y doradas
con que adornan tu solio sacrosanto
las mujeres del orbe; más que todos
los himnos de los bardos; más que el beso
con que te arrulla el mar y el embeleso
con que duermes el sueño de otra vida
habrá de agradecer tu alma santa,
la oración que al Señor, por tí, levanta
una madre feliz, agradecida.

José A. del Valle