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Libreta 3a.   Pág. 87 - Obra No. 188 –
Su afán apostólico lo llevó a escribir esta carta
a sus compatriotas y los exorta a orar como los
apóstoles al Señor que parecía dormir, y a la
Virgen, pues ve en Cuba la barca que está
a sus pies y a la que Ella quiere salvar


Carta a los Cubanos

Queridos compatriotas:

Sean mis primeras palabras un saludo cordialísimo en Jesucristo, a quien sé que todo cubano ama y a quien por ese amor suplico preste a mi alma el calor y la luz que le hace falta no sólo para poder expresar lo que siente y lo que piensa, sino también para mover el corazón de ustedes a la consideración y práctica de lo que con hondo dolor veo que, por no considerarlo o reflexionarlo, no lo practican la inmensa mayoría de mis compatriotas.

¿Creen ustedes que todo cuanto ocurre, tanto en el orden individual como en el colectivo y universal tiene lugar porque Dios así lo quiere  (voluntad directa) o lo consiente  (voluntad indirecta)  y que como tantas veces se ha dicho, aún en la caida de la hojita más chica del árbol, interviene la mano de Dios?

No creo que lo duden; y porque así lo creo, es por lo que sabrán que la tragedia de nuestra patria, por permitirla Dios, o así querer que sea, es lo que más y mejor nos conviene.  Si dudamos de esto último, dudaremos, por consecuencia, de su sabiduría, de su amor y de su omnipotencia; y nos veremos ante un dios como aquellos que fabricó la fantasía de los clásicos: de poder limitado; de limitado saber y de una capacidad casi infinita para el odio y para el mal.

Es conveniente traer a colación, para una mejor comprensión de lo que venimos tratando, un elocuente pasaje bíblico: Jesús dormía en una de las barcas de los discípulos.  De pronto, el mar, a impulsos de terrible tempestad, perdió su calma habitual, poniendo en peligro, con sus hirvientes aguas, la vida de los sencillos pescadores.  A pesar de la furia del viento y de las olas; a pesar del peligro en que todos se hallaban, Jesús dormía.  Fue menester que con insistencia lo llamasen sus discípulos diciéndole:  Maestro, Maestro, que perecemos.  Despertó: increpó al viento y al mar; hízose la calma; y volviéndose a sus discípulos les dijo:  ¿dónde está vuestra fe?

Dice el pasaje bíblico que Jesús dormía;  y yo, sin dudar, claro está, de la veracidad de la Bíblia, me pregunto:  ¿no sería su sueño un sueño en el que la conciencia plena de la peligrosa realidad que lo circundaba no se había perdido, y el Maestro esperaba impasible e impaciente la llamada de sus discípulos?

Y ¿qué es lo que le ocurre hoy a la nave de nuestra patria sino lo mismo que sufriera la nave de los discípulos?  Una terrible tempestad con sus mismas características.  Una terrible tempestad en la que, a pesar de su furia y del peligro que ofrece; a pesar de que parece peligrar el propio Maestro ya que le han manchado las encenegadas olas parte de su Cuerpo Místico  (su Iglesia en Cuba);  a pesar de estar ya desmantelada y a punto de zozobrar nuestra nave; (ésa que tan admirablemente simbolizada está en la barquilla diminuta que vemos al pie de la Virgen de la Caridad); a pesar de tantos pesares, el Maestro duerme o simula dormir; el Maestro espera impasible e impaciente, la llamada nuestra que lo ponga en pie para increpar a la terrible tempestad cuyos glaciales vientos han podido llegar hasta el mar Caribe, atravesando la Europa y el Atlántico, desde las nevadas estepas de Rusia.

El Maestro duerme o parece dormir:  pero no temamos; no temblemos, no vaya a suceder que tenga que decirnos lo que a sus discípulos:  ¿dónde está vuestra fe? El Maestro duerme o parece dormir: pero no temamos; no temblemos.  Que teman y tiemblen, cuando despierte, los desventurados que aventaron las encenagadas olas del odio y de la muerte para manchar con ellas el alma de la patria.

El Maestro duerme o parece dormir: pero no temamos; no temblemos; que la sacrosanta imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre nos está diciendo que la barquilla que a sus plantas lucha con las embravecidas olas es símbolo cabal de nuestra patria; y que así como aquella logró ganar la sosegada orilla, así también nuestra querida Cuba, si sabemos despertar a su Hijo, logrará ganar el puerto de la paz.  Si sabemos despertar a su Hijo:  he aquí la clave de nuestra victoria; es ésa y no otra, la ruta a seguir para alcanzar el sosegado puerto.  

Contemplemos por un instante la imgen de la Virgen del Cobre.  ¿Qué es lo que hacen esos tres piadosos hombres que en la barquilla van?  Rezar y remar a la vez.  "A Dios rogando y con el mazo dando", reza el antiguo refrán.  Rezando y remando, compatriotas míos, lograremos despertar al Maestro y alcanzar de su infinita misericordia el anhelado puerto de la paz.  

Rezar y remar: Voy a pretender, con la ayuda del Señor exponerles los conceptos que entrañan estos dos verbos que, si bien es verdad que se conjugan fácilmente, no es menor verdad que son de difícil ejecución.

Rezar y remar:  Oración y sacrificio:  las dos barras verticales en que se apoyan los peldaños de las virtudes y cuyo conjunto forma la única escala con que se puede alcanzar el cielo.

Rezar es, en primer término, colocarse en la presencia de Dios.  Si ante El nos colocamos; si ante su Real presencia, con la luz de la fe y los ojos del alma nos vemos;  nuestras palabras ungidas de humildad; nuestra atención toda puesta en nuestras palabras;  nuestra confianza toda puesta en El;  nuestra perseverancia sin desmayos y todas estas cuatro indispensables condiciones afianzadas en la roca inconmovible de la fe católica, harán que nuestra súplica, indefectiblemente, mueva en favor nuestro el corazón todo bondad, amor y misericordia de ese Padre nuestro que en los cielos está.

Mover en favor nuestro su corazón, es obligarle a decirnos que sí; pero sólo decirlo.  Es hacerle tomar la dádiva en la mano dispuesto a entregárnosla;  pero... ¿no has tomado y ofrecido alguna vez a tu hijo, padre que me honras leyéndome, un objeto por el que suspira y se afana; y lo pones al alcance de su mano; y cuando cree alcanzarlo le retiras la tuya; y vuelves a presentárselo; y vuelves a sustraérselo; y así por largo rato te entretienes y solazas mirando cómo con mil giros y vueltas pretende arrebatarte lo que tanto le agrada y que acabas, al fin, por entregarle? Tal parece que quieres que tu hijo se gane con su esfuerzo lo que le ofreces.  Pues Dios hace lo que tú:  toma la dádiva en la mano; nos la enseña, por así decirlo, y quiere que la ganemos con nuestro sacrificio: remando.

Este remar simbólico que estamos considerando; este verdadero sacrificio tiene, en el caso específico de nuestra patria, dos facetas distintas. Una, no a todos exigida y sí sólo a  aquellos que se sientan con arrestos juveniles;  otra, exigida a todos, y que será el motivo de lo que para concluir esta carta, me resta.

De mil maneras puede definirse el sacrificio; mas, en gracias a la brevedad, quiero presentar a la consideración de ustedes una definición que abarque, por su extensión y profundidad inconmensurables; por su oceánica magnitud, toda la gama inmensa del sacrificio: aceptar con total sumisión y perfecto gozo, a un tiempo mismo, la Voluntad de Dios.

De ese Dios que, por la infinitud de su poder, de su sabiduría y de su amor, puede, inspirado en su saber y en el amor que como perfecto Padre nos tiene, hacer que vivamos dónde y cómo nos convenga y no dónde y cómo nos señale nuestra ignorancia y nuestra soberbia.

Vivir conforme al dictado divino es vivir la más perfecta de las vidas; es praticar la más alta filosofía; y es, a un tiempo mismo, sacrificarse y orar; pues no hay oración mejor ni más confiada y por lo tanto con más probabilidades de ser favorablemente despachada y oida, que la entrega absoluta en los brazos del Padre, inmolando en ellos nuestra voluntad; ese don del Altísimo de que tanto nos enorgullecemos y del que tan mal uso hacemos los humanos.

Así cómo el incienso si no es puesto sobre fuego no se eleva al cielo en volutas fragantes, así también el hombre, humilde granito de incienso, tiene que  quemarse en el fuego del sacrificio, si como el incienso pretende realizar su sagrada encomienda: Honrar y agradar a Dios.

Hagámoslo así, para que Este, tenga entre sus más caros designios otorgar a nuestra patria eso por lo que tanto suspira hoy bajo la bota inclemente del comunismo ateo: una paz fundamentada en el buen uso de la libertad y de la caridad.

Fraternalmente en Cristo,

Fray Pacífico

Madrid, 1o. de Julio de 1962