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Libreta 3a.  Pág.  215 - Obra No. 247 -
A estilo de Manifiesto y hablando como poeta-profeta,
clama para que a la bandera cubana se le agregue
una cruz, recordando a aquella que el cielo le
entregó al Emperador Constantino.

Fe... Y  ¡Adelante!


Cubano: tantas dificultades me salen al paso en la exposición de esta idea que quiero llevar a ti; es tal el temor que tengo a los prejuicios que en toda alma "hacen su habitación"; es tal la delicadeza o arte que creo tengo que emplear para llevarte por donde yo deseo; son tantos los que sé que le saldrán al paso con un rotundo ¡no! a esta idea que ha florecido en mi mente y que con la tendencia a las proporciones de un árbol gigantesco anhela empinar su copa, pero buscando en el hondón del alma con su raiz bifurcada, a manera de sólida garra, su firme estabilidad veo, compatriota, que es tan arriesgado el camino que me he propuesto recorrer, que muchas veces tomé la pluma, a manera de bordón imprescindible, y otras tantas volví a dejarla queda, ante las amenazas de ese fantasma sombrío que se llama fracaso.

Pero, de la misma manera que si colocamos en una maceta de reducido espacio y a la sombra de un balcón, la semilla de un árbol frondoso y corpulento, éste según va tomando las proporciones que le dio Naturaleza; según va dilatando su tronco, va, con la expansiva fuerza de sus tejidos abriéndose campo y acaba por destrozar, como gritando: ¡tierra!, la vasija de barro que lo contiene; así también mi idea, árbol como te dije gigantesco, lo sembraron en la maceta de mi alma y a la sombra del balcón del destierro, dos manos; dos manos hechas de luz y de esperanza: el amor a mi Dios y el amor a mi patria.  Pero que, no pudiendo ya vivir dentro de los estrechos límites de esta pequeña maceta y este sombrío balcón; ávido de más amplios horizontes; de una tierra más fértil y más amplia, quiere vivir en ti, compatriota en el exilio; quiere vivir en ti, compatriota que en la patria te juegas la vida cada mañana y cada noche; quiere vivir en ti, Cuba doliente, porque quiere practificar y ofrecerle sus frutos al mundo: frutos de fe; de amor; de sublimes enseñanzas para que aquel, al comtemplarlos y saborearlos, sepa que en uno de sus rincones más bellos; en una islita bendecida por Dios cuando la sacó de las aguas, los hombres que en ella nacieron, supieron, con sudor y con sangre, como supo hacerlo Cristo por nosotros en el Calvario, redimirla; libertarla de ese pulpo que vive en las profundidades de un mar cuyas pestilentes aguas son el odio, la envidia, la intriga y el crimen; cuya negra cabeza es Moscú; su diabólico cerebro el Kremlin; cada tentáculo un hombre sin alma; cada ventosa un arma, y que se llama comunismo.

Frutos de fe; de amor; y de sublimes enseñanzas, es lo que sé que ha de producir el árbol de mi idea; ese que quiero trasplantar a ti, Cuba querida Y yo te pregunto: ¿has visto alguna vez sobre la faz de la tierra un árbol más prodigioso, más santo, más amoroso, más fehaciente, más atrayente, de más divinos frutos, de más sublimes enseñanzas, que el árbol sacrosanto de la Cruz? Pues ése ha sido el que hecho primero idea cual si fuera diminuta semilla; árbol corpulento después, me fue llenando el alma de su luz y de sus amorosas exigencias: que así como el árbol aprisionado en la maceta, cuando logra hacerla añicos parece que grita: ¡tierra!; así también siento dentro de mí la voz de Aquel que murió en tan santo árbol y que desde él me grita suplicante: ¡habla!

Patria: ¡qué fácil es amarte; qué difícil definirte!  Mas, así como la palabra es símbolo y el concepto de ti lo expresamos con la dulce palabra patria, tanto te amamos, madre, que la palabra nos resulta exigua; pobre; deficiente, cuando queremos, como buenos hijos, mostrar al mundo la realeza de tus virtudes y el encanto y la gracia que en ti palpitan.  Y es entonces que, para mostrar mejor cómo y quién eres, desplegamos al viento, para que éste lleve a todos los rincones del plameta tu imagen veneranda, el símbolo glorioso de tu bandera.  ¡De tu bandera!: esa que tiene sobre el triángulo rojo (símbolo de la sangre de los que en el pasado siglo te libertaron) una estrella blanca como la cresta de las olas que eternamente te arrullan. Una estrella cuya blancura inmaculada es expresión sublime del sol de libertad y de justicia con que alumbraste siempre tu camino... hasta un día; acíago día, en que la noche del comunismo se enseñoreó de tus campos y de tus ciudades; y se eclipsó tu estrella; y hombres de las nevadas estepas de Rusia lograron, atravesando la Europa y el Atlántico, infundir en el alma de muchos de tus hijos su frío espiritual; y ¡oh, dolor! aquella tu estrella fue arrancada del rojo triángulo y puesto en su lugar ese otro símbolo opuesto a ella porque es de esclavitud y de injusticia y que se llama la hoz y el martillo.

Pues bien: "allá va eso." Para decirlo cubanisimamente, como lo hacía bajo tu cielo de libertad el llorado e inimitable Alberto Garrido en aquellos diálogos de sabor criollo que con su interlocutor y amigo, el también inimitable y llorado Piñero, sostenía, y con los que, a manera de postre o sobremesa, nos deleitábamos.

Si los comunistas, en esta aciaga hora de tu historia y de la historia del mundo, pisotearon inmisericordemente tus libertades y tus derechos y tu justicia y cometieron el mayor de los crímenes: arrancar del alma de la niñez y de la juventud el sacrosanto concepto de Dios para sustituirlo por el oprobioso de una tan ominosa como omnímoda revolución; si eclipsaron y mancharon tu estrella al contacto inmundo de la bandera del bandolerismo; de esa que no simboliza patria alguna y sí el ateísmo, la esclavitud, el hambre y el crimen, amén de tanta pasión mezquina como son la envidia y el odio (que eso y mucho más le dice a todos los hombres de buena voluntad el trapo rojo con la hoz y el  martillo)... ¿qué mejor desagravio, patria querida, pudieran ofrecerte tus hijos; que mejor lección al mundo; al hombre de sano corazón y no corrompida conciencia, para que aprenda a combatir a esa bestia apocalíptica, que colocar en medio del triángulo rojo de tu enseña el signo sacrosanto de la Cruz de Cristo, de modo tal que en el cruce de los dos brazos de ésta quede tu gloriosa estrella?

Compatriota: no digas que sí y menos aún que no, sin escuchar mis razones.  Te ruego me concedas unos minutos más.  Tiempo tendrás para dictaminar. La enseña de la patria (tu lo sabes) manchada está por el pecado de traición, y es nuestro deber que flote al aire de la libertad, inmaculada y nítida.  Si la Cruz (y te digo esto porque no concibo un cubano total que no lleve en su corazón siquiera sea un rescoldo del santo fuego del amor a Cristo); si la Cruz, repito; es símbolo de redención y la sangre divina en ella derramada borra los pecados del mundo, borremos, para que vuelva a ondear inmaculada la enseña de la patria, el pecado de trición que sobre ella se ha dejado caer; redimámosla (que será igual que redimir la patria) plantando con cristiano amor y en medio de su triángulo, la enseña redentora y purificadora de la Cruz.

Veo (y tú sabes que hay visiones premonitorias y que poeta y profeta significan lo mismo) que la escena prodigiosa de la que fuera Constantino el Grande la figura central; aquella en que, resplandeciente apareció en los cielos la Cruz de Cristo orlada con esta leyenda esperanzadora: "Con este signo vencerás", volverá a tener vigencia en esta santa cruzada que libertará nuestra patria y que será el principio del fin del comunismo.  Volverá a tener vigencia, no porque vuelva el prodigio a realizarse (aunque puede el Señor repetirlo) sino porque todo cristiano y por tanto contrario al comunismo, tendrá la clara visión de esta indiscutible verdad:  Si Cristo lo puede todo por ser Dios y el comunismo es diabólico por ser intrínsecamente ateo y materialista, las densas tinieblas de éste se rasgarán irremediablemente, ante la resplandeciente gloria de la Cruz de Cristo.

Esta conclusión, que así expuesta es una metáfora, su retórica expresión no le resta un ápice a la realidad que en sí entraña.  Es una verdad tan real como la de que dos y dos son cuatro; pero que, así como ésta se acepta y comprende con la luz del intelecto, aquella con la luz de la fe.

Compatriota: si te llamas cristiano; si te precias de serlo, es porque llevas en el alma la luz gloriosa de la fe de Cristo, sin la cual, te repito, no se puede aprender ni comprender tan sublime verdad.  Por lo que me atrevería a afirmar que tu cristianismo puede medirse por el grado en que aceptes esta teologal verdad; y si la rechazas totalmente, de todo podrás enorgullecerte; sobre todo de ateo; de cristiano... ¡jamás!

Mas, quiero señalar una circunstancia a la que pudiera estar condicionada dicha verdad; y que de no realizarse ésta por concurrir aquella, no sería ello indicio de que el poder de Dios es limitado, ni contribuiría a menoscabar o quebrantar la gloria intrínseca de Dios que, como todos sabemos, es intangible.  No: ello sería una demostración de su voluntad soberana y de su providencia inescrutable.

Me refiero al caso en que, aún ostentando el pabellón patrio tan sacrosanta enseña de redención; (que yo sugiero se estampe en azul por denotar este color pureza: la pureza de nuestras intenciones y de nuestro amor a Cuba) aún cuando nosotros con decidido entusiasmo fijemos en el triángulo de nuestra bandera el signo vencedor; por no haber la correlación debida entre nuestra fe y nuestra conducta; por no existir la armónica correspondencia que debe haber entre lo que creemos y lo que practicamos; por no vivir como Dios manda, no logremos lo que anhelamos, es decir, que no venzamos al dragón, no será ello indicio de que el poder de Dios es limitado; sino de que no somos dignos del triunfo, y de que Dios, por ser Padre amoroso y justiciero a la vez, quiere mantener aún a sus hijos, si no en la penitencia que nos merecemos, en la prueba a que quiere someter nuestra fe.

Quiero con todo esto, compatriota, si no llevarte por los caminos altos de la santidad, que si bien es verdad que son difíciles, no son intransitables, conseguir, por lo menos, un alto en el camino de tu vida; una profunda reflexión de tu parte, para que logres ver si hay en ti esa relación armónica entre tu fe y tu conducta; para, de no existir, de acusar tu conciencia su falta, te des a la tarea más alta; más noble; más digna a que puedas darte: la de rectificar el rumbo de tu vida; la de hacer un recuento de tus cuentas y satisfacer, siquiera sea en parte, la deuda con Dios contraída; o sea: procurar ser hoy mejor que lo que fuiste ayer; y mañana mejor de lo que eres hoy.  Que si anhelas como yo una Cuba mejor, ambos tenemos el eneludible deber de ser mejores, ya que el cuerpo social no es otra cosa que la suma de los individuos que lo integran y su calidad radica en éstos.  Es en esta irrefutable verdad de la más elemental sociología, en la que se funda un apotegma que encierra tanta filosofía como gracejo y que reza así: seamos tú y yo buenos, y tendrá el mundo dos pillos menos.

Todo cuanto llevo expuesto es un mensaje y una sugerencia a todo hombre que, por no ser sordo a las prédicas de Cristo, puede llamársele hombre de buena voluntad; mas, quiero ahora, por razón de que lo que voy a exponer está saturado de fe católica dirigirme a aquellos que en la Católica Iglesia militen.
Tres consideraciones, entre las muchas que se pueden hacer, quiero presentar aquí, y que no son otra cosa que razones en que apoyo mi religiosa y patriótica idea.

Es la primera una práctica que ejecutamos diariamente:  cuando nos disponemos a rezar; cuando bendecimos la mesa, dando gracias al Padre por el pan que hizo nuestro, porque nos lo dio hoy en el destierro; para pedirle, además, se digne dárselo a nuestros seres queridos que aún en la patria están; al salir de nuestra casa, etc. etc. Se trata de la serie de cruces con que nos persignamos y que acompañamos siempre de estas tan conocidas palabras: "Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro.  En el nombre del Padre..." Estamos pidiendo al Señor que de nuestros enemigos (mundo, demonio y carne) nos libre (que es igual que vencerlos).  Y no sólo se lo estamos suplicando por la señal de la santa Cruz, sino que al mismo tiempo la hacemos reverentemente sobre nuestro cuerpo, como si quisiéramos estamparla en él.  Tal práctica es una demostración de la fe que tenemos en la eficacia de tan santo signo.  Trátase la segunda de una costumbre que practicamos todos los católicos: aún aquellos que no practican la religión: me refiero al hecho de llevar al cuello; en la cartera; o fijados a la ropa interior, pequeños crucifijos, estampas, medallas y detentes, con lo cual estamos testimoniando la confianza que tenemos en que serán custodia y salvaguarda en nuestro camino.  

Estas dos cristianísimas costumbres de hacer la señal de la Cruz y de llevarla encima (y no a manera de amuleto), y que consideramos eficacísimas contra nuestros enemigos; esta elocuente demostración de fe y confianza en Cristo que damos al mundo con tan santas costumbres, ¿vamos a dárserla exclusivamente en el diario batallar y vamos a desecharla o rechazarla en este combate de la liberación de la patria, en que nuestro enemigo cuenta con tantas y tan buenas armas?  Buenas y muchas tiene; pero le falta la mejor de todas: la del espíritu verdaderamente revolucionario del cristianismo.

¿Seremos tan insensatos que, por respeto humano; por temor al ¿ qué dirán? Neguemos a Dios el reconocimiento de su providencia, rechazando o no aceptando como emblema nuestro su signo triunfador; ese en que tanta confianza demostramos tener? ¿Somos o no somos?

Es la tercera la más elocuente como sugerencia; la más esperanzadora por elocuente; la más sublime por esperanzadora; cualidades todas que la transforman en irrefutable razón:  Observemos la imágen de la Virgen de la Caridad: en la barquilla que a sus plantas lucha con las embravecidas aguas, veo yo la Cuba actual, zarandeada por las olas del odio, la envidia, la intriga y el crimen.  Olas levantadas al soplo rugiente del diabólico hurakán del comunismo.

Pero todos sabemos que en aquella ocasión memorable por prodigiosa, en que se apareció la Virgen a los tres juanes y que es el fundamento de la devoción que hoy tenemos a la santa Virgen del Cobre, la barquilla logró salvarse.  Hoy, cubanos, se salvará también, porque los que en ella van reman y rezan; aplican el refrán: "a Dios rogando... y con el remo dando", diría yo.  Se arrodillan, oran, y al mismo tiempo hienden el rugiente mar con el cortante remo. Porque los que en ella van y los que por ella se afanan desde el destierro, (en el que muchos luchan contra el rugiente monstruo) tienden las manos suplicantes a la Virgencita; y Esta, (miradla) tiene en la diestra (que tiende hacia nosotros) la salvadora enseña de la Cruz, y parece alcanzárnosla y decirnos al propio tiempo: "Cubanos: es enseña de amor a los hombres; y de amor tan grande; de tan subidos quilates, que mi Hijo dió la vida por ellos en ella.  Es símbolo de ese amor que quiero reine entre los hijos de esta tierra tan amada por Dios y por Mí.  Es símbolo también de las penalidades, afrentas y agonía que hoy sufre mi pueblo bien amado, como en el Calvario, clavado en ella, los sufrió mi Hijo.  Quiero, para que no olvidéis jamás la lección  (lección de amor; lección de sacrificio) y para que venzáis en la santa contienda de la liberación de la patria, que la estampéis en la bandera.  Por eso y para eso os la entrego.  Tomadla: yo os digo que con ella venceréis."

Viene a mi mente ahora, por asociación de ideas, el recuerdo de una poesía que, con motivo de la tragedia de nuestra patria, e inspirado en la sagrada imagen de la Virgen del Cobre, compuse hace dos años; cuya final estrofa pongo en labios de la Virgencita, y que dice así:

"Yo os prometo que Cuba,
a pesar de la furia desatada
por el odio y el mal;
a pesar de estar ya desmantelada,
deshecha, rota y en el mar abierto,
si a Mí volvéis, cubanos, la mirada,
será como mi barca...¡rescatada!
¡He de premiarla con la paz del puerto"!

Y yo me pregunto:  ¿Qué efecto podrá causar en el ánimo de aquellos nuestros hermanos que hoy están allí defendiendo (y otros aparentando defender) tan pésimo sistema, pero que llevan en el alma la fe de Cristo como la llevamos nosotros, el hecho de ver ondear frente a ellos la enseña de la patria ornada con tan sagrado símbolo; ése que aún no han dejado de hacer sobre sus pechos en los momentos difíciles; ése ante el cual se postran en sus casas o en nuestras iglesias, para pedirle protección?  Porque me atrevo a asegurar que todos ellos (excepto los comunistas de cuerpo entero, que jamás fueron muchos) hoy más que nunda, porque hoy más que en otra ocasión son más y mayores las encrucijadas en sus vidas, si no le rezan a la Caridad del Cobre, le rezan a Santa Bárbara y si no a San Lázaro; y tal vez a todos juntos pidiéndoles los ilumine y los protejan.

Si esto es así, compatriota, como bien sabes que lo es, ¿no crees que vale la pena llevar el santo lábaro, a manera de ensayo, en cualquiera de las muchas expediciones o incursiones que a Cuba se hacen, y hacerlo ondear desde ahora sobre el indómito Escambray? ¿No crees que esa prueba o enayo que tan poco cuesta puede darnos lo que más anhelamos: nuestra libertad?  ¿No crees que el miliciano no sólo no ataque, sino que pase a engrosar las filas de aquellos que ostentan un símbolo tan amado por él como por aquellos que lo llevan?  ¿No crees que puede Dios, por pródigo y por justo, premiarnos y pagarnos con la libertad, ese testimonio que damos de su fe?  Si lo creyeras como yo lo creo, ese "no" que quería aflorar a tus labios a los pocos instantes de exponerte mi idea, seguramente se transformaría en un "si" tan rotundo como entusiasta.

He podido observar con espiritual regocijo, en los tres años que llevo de desterrado, que un considerable número de compatriotas a los que traté en la patria; que no oían Misa jamás, hoy, sin rubor alguno, se postran reverentes ante la Sagrada Forma, para pedir al Padre, uniéndose en espiritual comunión con el Hijo, la libertad de nuestra amada Cuba.  Con esto están reconociendo implícitamente, entre otras muchas cosas, que esta batalla contra el comunismo no es otra cosa que la lucha entablada hace milenios entre el bien y el mal; entre la luz y las tinieblas, entre el espiritualismo creyente y el materialismo ateo; en una palabra: entre Dios y Satán.

Si estás compatriota, entre los que tal cosa reconocen, tienes que reconocer y aceptar también, que nada hay sobre la tierra que aventaje a la Cruz como arma espiritual. Si esto es así, podemos estar seguros, tanto tú como yo, de que con ella venceremos.  Venceremos porque...si con ese signo las diabólicas potestades tiemblan; si con ese signo la barbarie se trocó en civilización; si con ese signo se hace santo el pecador; si con ese signo podemos conquistar la patria eterna... ¿qué de difícil o de imposible podrá tener el que reconquistemos con él la patria temporal?

Y con qué noble orgullo podrás mostrar al mundo la bandera de tu patria, tras esta noche de su historia, cuando vuelva a reinar en su "cielo siempre azul", su sol de paz y libertad.  Con cuánta dignidad podrás decirle como autorizado maestro, para que aprenda la lección: ¿Recuerdas cómo las diabólicas hordas comunistas sojuzgaron mi patria y pisotearon su bandera?  ¿Recuerdas que era vox populi: "donde el comunismo se afianza no se le vence jamás? Aquí tienes mi patria redimida.  Aquí tienes su bandera sin mancha.  Aquí tienes su estrella: es hoy más gloriosa aún que en sus albores.  Es que la sostiene algo que parece una espada para ganar batallas, y todo podrá ser menos espada.  Es la Cruz de Cristo.  Ella hizo el milagro. Con ella,....¡vencí!

Fray Pacífico
Paterson, 1o. De Abril de 1963