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Al mismo tiempo que presentamos a José Andrés del Valle en su aspecto literario, descubrimos en él sus valores espirituales.                             

Libreta 1a. Pág. 1 - Obra No. 57
Reflexiones íntimas cuyo tema central
es la Misericordia Divina -

Consideraciones

ante unos Ejercicios Espirituales

efectuados  en la Casa de Ejercicios de El Calvario.


Después de la pregunta o preguntas que constituyen el  principio o fundamento de los Ejercicios, me  hago  esta otra indicada por el Padre en la primera plática:

¿Qué planes tiene Dios para mí?
-Sin duda buenos, por ser mi Padre.
Ahora bien: yo, ¿Cómo soy? Mejor dicho: ¿Cómo he sido?

Si soy hechura de Dios, mucho de bueno he de tener; pues soy su hijo, hijo de un Dios todo perfección. Por eso cuando me pregunto: ¿Cómo soy? Implicitamente refiero y atribuyo a Dios la esencia o naturaleza de mi ser, y tengo que decir: soy bueno.¿Cómo he sido?  -¡Esto es otra cosa! Esta es otra muy distinta pregunta a la anterior.

Cuándo me pregunto:¿Cómo  he sido?  No veo más que la obra mía, no veo más que mi voluntad actuando, no observo otra cosa que desorden; no acierto a ver más que maldad, necedad, y lo que es peor que todo eso: ¡Ingratitud!

Cuando me pregunto: ¿Cómo he sido?  Implícitamente estoy atribuyendo o refiriendo a mí mismo, con independencia absoluta de Dios (por olvido e ingratitud míos) toda mi obra; toda mi vida; es decir: lo que he sido y cómo he sido.


Dios, por ser mi Padre, tiene para mí sus planes; dijimos ya; los planes del artífice que quiere de un tronco modelar una estatua. Por eso me pregunto: ¿Cómo soy?  ¿Cómo he sido? Porque es necesario saber  cómo es la madera que trabaja el Artífice; y si es buena  y la inclemencia del tiempo y la carcoma y (si) el rodar de acá para allá la han hecho al parecer inservible, destrocémosla con el instrumento de una mejor voluntad que hasta hoy, para no desanimar al Escultor y no deshacer sus planes. ¡Sí! Para que al entregarrnos en sus brazos en estos días de Ejercicios que serán, con su gracia, trascendentales, definitivos y de proyección eterna, podamos decirle: Señor, con el agua del buen deseo, del arrepentimiento y del sacrificio, me he lavado;  es que en vez de cubrirla con mis manos como es costumbre nuestra, de hoy en adelante reposará en las tuyas llagadas; ¡la mejor manera de preservarla del polvo del camino y quitarle alguna mancha que a mi me haya quedado.

Ya estoy dispuesto a recibir los golpes con que tienes necesariamente que tallarme.  Sé que tengo que someterme a tu voluntad en todo, de la misma manera que el madero en manos del artífice; lo sé, lo sé hace tiempo pero ahora estoy dispuesto a practicarlo; a tenerlo por norma de mi vida. (1)

En otra meditación vimos que sin vencimiento propio es difícil ser hombre; más difícil ser cristiano y mucho más ser apóstol. (2)

Esta consideración redoblará en mí los bríos; pues no sólo aspiro a ser hombre cabal; no sólo aspiro a ser un buen cristiano seguidor de Cristo, sino que aspiro a más (creo que las ambiciones del espíritu son las únicas que no rechace Dios) aspiro a más digo: a enseñar a otros el camino que voy siguiendo, en una palabra: ser apóstol de Cristo. Esta ambición no ha nacido en estos Ejercicios, nació en mí hace ya muchos años, mas, la disipación y el explayarse hacia el mundo y, en una palabra: el pecado, no ha permitido que este árbol diera los debidos frutos. Claro está que por mi condición de casado sólo aspiro al apostolado seglar; del otro, del Jerárquico, como solemos decir; ¡Ni hablar!


 Dijimos en la misma plática: vinimos a estos Ejercicios, no a aprender cosas nuevas, sino a vivirlas. ¡Qué gran verdad! Y digo esto, porque no sé cuántas veces la mayor parte de estas consideraciones las he rumiado en la paz de mi hogar; mas, como a la media hora, al minuto tenía que reintegrarme al torbellino del mundo, estas consideraciones, estas verdades que no pasan, pasaron por mi alma como el agua sobre el cristal: resbalando, para caer la mayor parte de ellas en el abismo sin fondo del olvido.

Mas, ahora, aquí, recordándolas, he venido a vivirlas; y esto las hace más vívidas, más claras, más penetrantes, más motoras de la voluntad y por lo tanto, de teóricas que tal vez me parecieron en mi casa, hoy las siento, al vivirlas, efectivas y prácticas.

Hemos venido a vivirlas. ¿Queréis una prueba? Este silencio (3) que nos obliga a callar tantas cosas que ha elaborado el pensamiento, es puerta cerrada para que no se escape la vida que esas verdades de vida eterna, al ser vividas, van dejando como rico tesoro en el alma.  ¿Quién sabe si fue el hablar (el mío y el ajeno) el que impidió  que estas semillas celestiales produjesen frutos? (4)

Aquí, en la paz de esta santa Casa y al abrigo de este silencio, veo bien claro que el hablar es turbión que todo lo arrastra; torbellino que todo lo arranca; y es difícil que pueda echar raices la semilla, cuando cae en el cauce impetuoso de una torrentera.

El silencio es oro, alguien dijo; y...¡ de cuántos quilates cuando es para meterse en el hondón del alma y escuchar, reverentes y sumisos, la palabra de Dios! (5)

En otra meditación hemos hecho la consideración de que el alma está en el cuerpo prisionera del  pecado. Hemos considerado también que el pecado es el peor de los males. Si hemos visto ya lo monstruoso y horrible que es el pecado;  tan monstruoso y tan horrible que todo lo deshace como el fuego, no daremos a Dios, jamás, cumplidas gracias los hombres, por esa su Providencia inefable, que cuida siempre que el edificio de nuestra vida no se consuma totalmente. Cuida de que quede sin quemarse, y abre siempre la ventanita de la fe; ventanita por la cual El mismo mete el brazo, y nos rescata tantas veces del fuego que nadie más que nosotros hemos encendido. En el orden sobrenatural somos como niños jugando con fuego; con la ventaja de que los padres de esta vida sobrenatural cuidan  aún más de nosotros que los del orden natural; que estos están, como nosotros, indefensos, y los mueve a ampararnos el amor.

Seguimos meditando y observamos esto: otros han sido castigados  por menos pecados que yo. Consideración que yo no había hecho jamás, y cuya lógica me abruma; mejor dicho: me avergüenza y me confunde, como señala San Ignacio. Me avergüenzo ante un Dios todo misericordia y amor para conmigo; me confundo ante un ser tan voluble, inconstante, tornadizo, olvidadizo, ingrato y pecador como yo. Mas, la ventanilla de la fe no se ha cerrado, y la mano de Dios ya me acaricia para ponerme a salvo.

Un crucifijo demuestra que hay infierno, nos dijo el Padre en la siguiente plática. ¡Sublime verdad cuya claridad sólo alumbra a los que aman al Crucificado!   Un crucifijo no es sólo demostración de que hay infierno:¡ Es la puerta del cielo!   Esto quiere decir, alma mía, que si no te sacrificas; que si no te crucificas, no te salvarás. Míralo bien: es puerta; puerta estrecha cuya forma nos dice claramente que no puede franquearse sin extender nuestros brazos en cruz; ¡crucificándose...!  (6)

Lo que más me interesó hasta ahora en estos ejercicios, fue la plática referente a la Virgen; o sea, la demostración, basada en la doctrina del Cuerpo Místico   (de San Pablo) de que la Virgen es, real y efectivamente, nuestra Madre en el orden de la gracia; en el orden sobrenatural. Sabía yo ya que éramos (miembros vivos si estamos en gracia, y miembros muertos si en pecado mortal) pero no había pensado jamás que quien era Madre de la Cabeza, tenía que serlo de los miembros; a tanto llegó mi ignorancia que no advertí que el origen de la Vid es origen también de los sarmientos. Este pensamiento me confortó tanto, que he sentido aumentada y arraigada aún más mi fe. ¡Gracias, Señor!.

La muerte es la Aduana por donde hay que pasar a ese inmenso e inefable continente que es la eternidad; dijimos en otra meditación. Mas, lo grave del caso es que no es una eternidad; sino dos eternidades, ¡y tan distintas! Eternidad de penas y eternidad de gozo. Y soy yo el que debe elegir... Y es Jesucristo el que quiere que elija la suya...¡y de qué modo me lo ha pedido! ¡Crucificándose!

Continuando la meditación hemos visto que Jesús y yo somos dos amigos (7)que se escriben. ¡Qué cartas las suyas y qué cartas las mías!  Las suyas constantes, periódicas, amorosas y tiernas; y tan tiernas y amorosas que las escribe con sangre. Las mías, si bien poco distantes en el tiempo, no tan tiernas como corresponde a quien lo debe todo al amigo que escribe. Y ¿Qué son estos ejercicios? Una de sus más tiernas cartas y tal vez la más insinuante para que  no deje de escribirle muchas veces al día y más tiernamente. Y yo te prometo, Amigo, (le respondo ahora formalmente) que lo haré; y haré además, cuanto en mis cartas te diga; que hasta ahora no he hecho más que prometerte y olvidar lo prometido. Esta carta tuya, Jesucristo, es tan tierna; tanto amor destila, que no es tu carta ya; eres Tú, que eres Amor; es un abrazo anticipado de aquel que, porque Tú quieres y yo quiero, hemos de darnos por toda una eternidad, en la del bien; en la del gozo tuyo; en aquella que tiene en el dintel de la puerta el cuño de Pescador, y como puerta, el Crucifijo.

En otra de las meditaciones trajo el Padre a colación un símil, que me dejó abismado. Es nuestro caso, dijo, el del caballero traidor a quien el Rey sorprende en complot con el enemigo; ocupa la documentación que lo compromete; lo llama a su presencia, y no sólo rompe la documentación en prueba de perdón y amor, sino que le ofrece un puesto de confianza en la campaña que necesariamente hay que desarrollar contra el enemigo. ¡Qué símil más perfecto! Tan perfecto que es fiel retrato de mi vida pasada; de aquella que hasta ayer llevé: de licencia y de derrota, y que con las armas de la oración y la penitencia, y a las órdenes de mi Rey, transformaré en otra en que triunfe, como El, del demonio y de la muerte.

En la plática siguiente, expuso el Padre esta sublime imágen: la oración es un cheque en blanco firmado por Jesucristo con su propia sangre. No hay imágen que defina mejor; pues está diciéndonos, no sólo que es de un valor infinito, sino que puede extenderse por toda clase de monedas o valores.

En la plática siguiente hemos meditado la Pasión del Señor. Jamás me dolió tanto la Pasión de Cristo como hoy. ¡Cuántas veces la habré leído! ¡Cuántas la habré escuchado! ¡Cuántas la habré meditado! Y sin embargo, nunca surtió en mi alma el efecto que hoy. Mucho se debe a que quién la narró, si no lloraba, le faltaba poco, verdadero discípulo de Jesucristo, que sabe llevar al alma de los fieles el dolor de Jesús por su dolor.

San Bernardo, según nos contó el Padre, dijo del monte Calvario estas o parecidas palabras: "Monte Calvario: eres el paraíso; en tí ha crecido el Arbol de la Vida; los que coman de los frutos de tu Arbol, serán como dioses. (8) En tí está la escala de Jacob (9) suspendida entre el cielo y la tierra." Esas palabras ¡qué bien le vienen a esta montaña en que hemos considerado tan altas verdades!  Tan bien le vienen, que también se llama Calvario. En ella hemos estado tres días como Cristo en el sepulcro: encerrados, callados, ¡muertos para el mundo! ¿Quién de nosotros, pues, ejercitantes, puede dudar de una gloriosa resurrección?                       
                                                      
José A. del Valle

  1.- "Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya"
  2.- "El que quiera salvar su vida la perderá"
  3.- "Y llevando a sus discípulos a un lugar apartado les instruía...."
  4.- "De toda palabra ociosa se os pedirá cuenta"
  5.- "Salió el sembrador a sembrar..." (Mt. 13: 1-ss.)
  6.- "El que quiera seguir en pos de Mí, que tome su cruz y me siga"
  7.- "Ya no os llamo siervos, os llamo amigos"
  8.- "...y en medio del jardín, el árbol de la vida" (Gén. 2: 9b)
  9- "Tuvo (Jacob) un sueño en el que veía una escala..."(Gén. 28: 12ss.)