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Libreta 3a.  Pág. 79 - Obra No. 186 –
Gracias a esta carta podemos entrar en su
alma y ver un pequeño resplandor de su interior,
así como él se lo muestra a su guía espiritual.

Carta a Mons. Juan J. Lobato

Madrid, 31 de Mayo de 1962

Mons, Juan J. Lobato
Habana.

Querido Párroco y amigo.

¿Qué día mejor que el de hoy  (La Ascensión del Señor) para charlar con el amigo fraterno?

Hoy , Monseñor, parece que la pluma es más ligera y más alado el pensamiento.  Hoy, al rememorar y celebrar la Iglesia tan fausta fecha, los que en ella vivimos nos saturamos de su alegría;  parece que el Señor nos arrastra en su Ascensión gloriosa, y que desde la altura contemplamos mejor el panorama; observamos  mejor las cosas y la Historia, ya que en todo vemos, con esa claridad que sólo Dios presta a los que le siguen porque lo aman, su mano providencial y justiciera.  Providencial y justiciera.  La frase parece entrañar una terrible paradoja; pero no;  vemos, porque en El todo es posible verlo, que es su Amor el movil de su Justicia;  y esta, cuando el alma la acepta gozosa, no es otra cosa que el mejor de los caminos para alcanzar el pleno disfrute de su Amor.

Sepa que esa clara visión de las cosas es la que pido al Señor para mis hermanos en ésa;  y que si a Ud. se la expongo es con una doble finalidad: que la haga llegar a ellos como una prueba del cariño que en Cristo les profeso, y que la haga llegar a Dios en alas de su oración, para que descienda sobre todos como lluvia de fecundantes bendiciones.

Esta segunda finalidad tiene su fundamento en la esperanza de que no puede el Padre dejar de oir a quien la unión transformante con su Hijo lo ha convertido en el Buen Pastor.
¿No cree Ud., Monseñor, que esa clara visión de las cosas y de la Historia sea una de las infinitas facetas que nos ofrece la vida contemplada a través de ese prisma sublime que es el santo y sano consejo que tuvo a bien darnos en su última carta:  "Mediten seriamente el Padre Nuestro."?

Monseñor:  no se canse de prodigarlo;  no se canse de repetirlo, de la misma manera que no se cansaba San Juan Evangelista de repetir hasta la saciedad: "hijitos: amaos los unos a los otros."

Se hace día la noche de la vida y de la Historia, cuando a través de tan sublime prisma se les ve; pero hay además otra ventaja; otro don capaz de igualarse, a pesar de ser uno sólo, con los infinitos rayos de luz que iluminan el alma al meditarlo; y es, Monseñor, que la meditación va dejando caer en el hondón del alma, como sublime sedimento; como polvo de oro, la comprensión clara y cabal de esas siete filiales peticiones que lo integran y que a manera de los siete colores del arco iris, unen la tierra con el cielo, cuando el alma, de rodillas, se levanta hasta el Padre para musitar y repetir a su oído (comprendiendo claramente lo que pide por habérselo declarado la meditación) la sublime oración que nos enseñara su Hijo.

La meditación es el paso previo para la perfecta oración; sin aquella, ésta es paloma de un ala que no puede remontar el vuelo; sin aquella, es incienso colocado sobre frías cenizas; que no arde; que no se levanta transformado en vapores fragantes.

Tal vez haya molestado yo su atención con mi misiva tan larga; pero sé que sabrá perdonarme cuando sepa que sólo me mueve el ansia de apostolado, y que  este comentario a su santo consejo, si a Ud. le parece que puede hacer bien a las almas divulgándolo, y si así lo hace, y eso se logra, tendré la dicha inmensa de haber continuado desde el exilio, con éxito, la labor de apostolado a que me entregué con toda el alma, inspirado en el amor a Cristo y en las normas que Ud. como buen Capitán supo darme.

Me pide que le informe sobre mi familia, y antes de informarle quiero expresarle mi gratitud por su gentileza.  José está enfermo de un ataque de ictericia, pero va, G. a D. muchísimo mejor. La abuela y la madre de los niños están como Ud. se las imagina: entretenidísimas con los nietos.  Estos, dando guerra, y el abuelo, para expresarle de la mejor manera a él posible, cómo se siente, recurre a los versitos.

El paisaje de mi Cuba
que llevo dentro del alma;
Jesús, en quien tengo puestos
mi amor, mi fe y mi esperanza;
y este cariño de madre
con que me regala España,
me tienen en pie...y ¡alegre,
como la palma cubana!

Mis saludos en Cristo a Vilá, Sergio, Raúl, G. Barrosa, Vargas, Melener, Pacecita, Amparito, Celia, Ma. Antonia, y para Ud., un abrazo, símbolo del que  pronto espera realmente darle su hijo,

José A.del Valle