Libreta Segunda Pág.119 - Obra No. 102 –
Elegía en Romance a la muerte de Eduardo,
un hermano y amigo en la fe
es esta humilde que el Señor me diera;
nunca a la voz glacial de la elegía
vibrar supieron sus doradas cuerdas.
Cantó siempre a la vida alegremente;
fueron las de la aurora sus cadencias,
y si vibró en la noche, no fue nunca
su canto de dolor o de tristeza;
fue de entusiasno ante las regias galas
con que el Señor su majestad nos muestra;
fue de gloria a Jesús, como un remedo
del que vibra y refulge en las estrellas.
Cantó siempre a la vida alegremente.
¿Cómo es posible que la muerte hoy quiera
rasgar con sus falanges intangibles
el pentagrama humilde de sus cuerdas?
¿Por qué estás hoy tan triste, lira mía?
¡ Comprendo ya la hondura de tu pena!
Si cuando altera el vendaval sañudo
la quietud envidiable de la aldea;
si cuando el mar, enfurecido, logra
devorar la barquilla que lo reta;
en fin, si cuando braman contra el hombre
del mundo todo las terribles fuerzas,
llora el alma del bardo de tal modo
que son hondos gemidos sus endechas,
¿cómo no has de llorar, hermana mía?
¿Cómo no has de llorar, si un alma buena
con el plectro sutil de su recuerdo
te hirió, amorosa, en las vibrantes cuerdas?
¿Cómo no has de llorar, si el buen Eduardo
dejó al partir hacia la patria cierta,
como la nave a la que adiós decimos,
una amorosa y dolorosa estela?
¿Cómo no has de llorar, si fue un buen padre
el que dejó la terrenal escena:
esta noche en que fueron sus virtudes
luz salvadora de Polar estrella?
¿Cómo no has de llorar si su recuerdo
esta tarde de Mayo nos congrega,
y ha puesto en nuestros labios oraciones
que son también tristísimas endechas?
Mas, escucha un instante: bien encuentro
que te dé su partida dura pena,
que te arranque su cálido recuerdo
lágrimas de dolor hechas cadencias;
mas, ¡ah! No así el arribo a aquella patria
que por regirla Cristo será eterna;
no su entrada triunfal en las regiones
donde es la paz eterna compañera.
¡Sí! Su vida en Jesús, vuelva a prestarle
sus alegres cadencias a tus cuerdas;
vuelva a darte otra vez esa alegría
con que cantas de Cristo las promesas.
¡Sube hasta Dios en gratitud trocada;
que el justo llevó ya su recompensa!
¡No hay manera mejor ni más alegre
de publicar de Cristo las grandezas!
José A. del Valle
14/5/1943
Elegía en Romance a la muerte de Eduardo,
un hermano y amigo en la fe
Aún Vive
La más alegre de las liras todases esta humilde que el Señor me diera;
nunca a la voz glacial de la elegía
vibrar supieron sus doradas cuerdas.
Cantó siempre a la vida alegremente;
fueron las de la aurora sus cadencias,
y si vibró en la noche, no fue nunca
su canto de dolor o de tristeza;
fue de entusiasno ante las regias galas
con que el Señor su majestad nos muestra;
fue de gloria a Jesús, como un remedo
del que vibra y refulge en las estrellas.
Cantó siempre a la vida alegremente.
¿Cómo es posible que la muerte hoy quiera
rasgar con sus falanges intangibles
el pentagrama humilde de sus cuerdas?
¿Por qué estás hoy tan triste, lira mía?
¡ Comprendo ya la hondura de tu pena!
Si cuando altera el vendaval sañudo
la quietud envidiable de la aldea;
si cuando el mar, enfurecido, logra
devorar la barquilla que lo reta;
en fin, si cuando braman contra el hombre
del mundo todo las terribles fuerzas,
llora el alma del bardo de tal modo
que son hondos gemidos sus endechas,
¿cómo no has de llorar, hermana mía?
¿Cómo no has de llorar, si un alma buena
con el plectro sutil de su recuerdo
te hirió, amorosa, en las vibrantes cuerdas?
¿Cómo no has de llorar, si el buen Eduardo
dejó al partir hacia la patria cierta,
como la nave a la que adiós decimos,
una amorosa y dolorosa estela?
¿Cómo no has de llorar, si fue un buen padre
el que dejó la terrenal escena:
esta noche en que fueron sus virtudes
luz salvadora de Polar estrella?
¿Cómo no has de llorar si su recuerdo
esta tarde de Mayo nos congrega,
y ha puesto en nuestros labios oraciones
que son también tristísimas endechas?
Mas, escucha un instante: bien encuentro
que te dé su partida dura pena,
que te arranque su cálido recuerdo
lágrimas de dolor hechas cadencias;
mas, ¡ah! No así el arribo a aquella patria
que por regirla Cristo será eterna;
no su entrada triunfal en las regiones
donde es la paz eterna compañera.
¡Sí! Su vida en Jesús, vuelva a prestarle
sus alegres cadencias a tus cuerdas;
vuelva a darte otra vez esa alegría
con que cantas de Cristo las promesas.
¡Sube hasta Dios en gratitud trocada;
que el justo llevó ya su recompensa!
¡No hay manera mejor ni más alegre
de publicar de Cristo las grandezas!
José A. del Valle
14/5/1943
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