Ép. y Míst. Pág. 102
Obra No. 41 – Fantasía Infantil Dramática
de Navidad.

El Tren del Cielo


Al P. Emiliano Martín
en prueba de afecto

Aparece la siguiente escena:
Un salón de viajeros de una estación
de ferrocarril. Aparecen  2 ó 3 bancos.
Habrá un letrero que diga: SALÓN DE
VIAJEROS.  Y Joaquinito, niño de 7 años
aproximadamente, que aparece mal vestido.

¡Señor! ¡Qué noche más fría!
¡Cuánta nieve! ¡Cuánto viento!
Si a esta llaman Nochebuena...
nada de bueno le encuentro.
¡Qué manera de silbar
entre los pinos y cedros
y entre los árboles todos
el fantasma del invierno!
Si a duras penas podía
dar un paso sin tropiezo;
que entre la nieve y el frío
y las barrancas y el viento
y...¿por qué no he de decirlo?
el poquitito de miedo
que unas veces me empujaba
y otras me dejaba yerto,
no sé cómo estoy aquí
de vuelta del cementerio.
Que habéis de saber, señores,
que es verdad que de allá vengo;
y habéis también de saber
que es verdad que yo no miento;
porque me enseñó mi madre
(que Dios la tiene en el Cielo
por no haber nunca mentido,
por ser de verdad un templo)
que las mentiras y embustes
se fraguan en el infierno.
Y quiero también contaros
por qué me fuí al cementerio;
y también por qué razón
en esta estación me encuentro;
en fin, si me dais permiso,
contaros mi vida quiero;
que es, sin duda, triste...triste
como esta noche de invierno;
pero que no es tan helada
                              ¡no! que conservo aquí dentro (señalando el pecho)
como brasas encendidas,
como confortante fuego,
las palabras de esperanza
y amor en el Cristo bueno
que papá y mamá dejarme
como una herencia supieron
de su regazo al abrigo
antes de marchar al Cielo.
Pero...¡qué noche señores!
No recuerdo yo otro invierno
de más frío y de más nieve
que éste que estamos sufriendo.
Y ¿no será que tenía
en los que ya transcurrieron,
de mi padre y de mi madre
todo el calor de sus besos
y hoy no tengo quien me bese...
hoy ni quien me mire tengo?
Y ¿no será que a estas horas
con lo que corrido llevo
no me he llevado a la boca
ni una gota de alimento?
En fin, que ya estoy, amigos,
que tenerme en pie no puedo.
Pero...es que quiero contaros
de mi vida el triste cuento;
y el por qué estoy ante ustedes;
y el por qué fui al cementerio.
Ha tres meses que mis padres
con Cristo al Cielo se fueron;
y he pasado más trabajos
en estos tres meses negros,
que cuantos pasarme puedan
de mi vida en todo el resto.
De un matrimonio vecino
pasé a ser hijo...y yo creo
que soy más bien el esclavo
porque son ellos mis dueños.
Me llevaron a su casa
de educarme so pretexto;
y si educar es gozarse
dando de palos, y luego
hacer que friegue los pisos
y sacuda y vaya presto
a cuanto encargo o mandado
se le ocurra a cualquier memo,
y sudar, sudar sin tregua
de modo que no haya tiempo
no ya para ir a la escuela
(por la que suspiro y peno)
para comerse tranquilo
ni el más escaso alimento...
si eso es educar, repito,
seguir acémila quiero.

Aunque le confieso a ustedes
que yo de nada protesto;
porque sé bien que Jesús
lo ve todo desde el Cielo,
y si Jesús lo ve todo,
a mí me basta con eso.

Pues verán: esta mañana,
tras de sudar como un perro,
me mandaron a comprar...
lo que fue no lo recuerdo;
el caso es que en vez de irme
al mandadito derecho,
me fuí a ver las golosinas
y juguetes que hay expuestos
en las miles de vidrieras
de los miles de comercios;
y andando, andando y andando,
y al mismo tiempo sufriendo
por no poderme comprar
lo que éstos mis ojos vieron
(porque tenéis que saber
que estoy de juego sediento)
iba ya la noche entrando
cuando desperté del sueño;
me dí cuenta de lo tarde
que se me había ya hecho,
y me dije: Joaquinito,
no te queda otro remedio
que ir al cementerio aprisa,
a pesar de que está lejos
y a pesar de tanto frío,
tanta nieve y tanto viento,
a rogar allí a tus padres
que rueguen al Cristo bueno
que cuando llegues a casa
no te maduren el cuerpo;
y dicho y hecho, señores,
fuí volando al cementerio.
Junto a la tumba sagrada
lloré mucho, y mucho tiempo,
tanto, que olvidé los golpes
que no sé si me merezco;
sólo sé que con el llanto
nacieron aquí en mi pecho
ansias de cenar hoy mismo
con mis padres en el Cielo,
y así grité ante la tumba
una vez y diez y ciento:
¡Padres, padres, escuchadme!
¡Cenar con vosotros quiero!
Cuando más alto gritaba,
el silbo de un tren expreso
me hizo enjugarme las lágrimas
y levantarme del suelo.
¡Sí! que iluminó mi frente
con celestial pensamiento.
                                ¡Sí! que aquí una voz gritaba   (señalando el pecho)
¡Ese es el tren de los Cielos!

Abandoné el camposanto
más volando que corriendo;
y atravesando barrancas,
y luchando con el cierzo,
y unas veces tropezando
y otras muchas más cayendo,
y muriéndome de frío,
y más de terror y miedo,
(según contádoles hube
de mi cuento en el comienzo)
aquí por fin he llegado
el tren a tomar dispuesto;
pero con tan mala suerte
que hasta mañana no puedo;
porque acaba de informarme
el señor de los boletos
que el tren del Cielo ha pasado,
hace dos horas lo menos;
pero que espere a mañana,
que el de mañana es expreso
y en diez minutos o quince
me puede llevar al Cielo.
Si esperar es necesario,
aquí mismo esperaremos;
que es ir a dormir a casa...
tomar el tren del infierno.
Pero, señores, ¡Qué frío!
¡No puedo más! ¡Estoy yerto!
Por un camastro cualquiera
diera yo lo que no tengo;
pero a falta de camastro
bueno es un banquito de éstos.
Nada, a dormir, que mañana...
¡con mis padres en el Cielo!

Acuéstase y acurrúcase en uno de
los bancos. Se bajará el telón para
suspenderlo inmediatamente,
en señal de que ha llegado un nuevo
día. Aparecerá por el foro uno de los
empleados de la estación, con un
plumero en la mano y sacudiendo.

¡Qué tarde es ya! ¡Santo Cristo!
Son las siete por lo menos
y aún terminar no he podido
de limpiar: pero...¿qué es esto?
¿Cómo ha pasado este golfo
la noche aquí? ¡Vamos memo!
Pero, si este es el que ayer
pidió para el tren del Cielo
un boleto, ¡Vamos, golfo!
Que si no despiertas presto
voy a sacudirte el polvo
con el mango del plumero.

Aparece súbitamente por la
izquierda, un ángel.
El ángel:

Es en vano, buen hombre, que pretendas
despertar a este cándido pequeño;
realizó sus divinas ilusiones:
¡cenó ya con sus padres en el Cielo!