Home > Sus Poesías > Poesía de Terror > El Castillo Señorial EL CASTILLO SEÑORIAL
Ép. y Míst. Pág. 116 - Obra No  48
Poesía de Terror Gótico

El Castillo Señorial

Un castillo retirado
se levanta majestuoso
sobre un cerro, cual coloso
dominando la extensión;
por el día, abandonado,
más de noche concurrido,
reina en él extraño ruido
y espantosa confusión.

Tal parece que la muerte
lo ha tomado por guarida
y en él lucha con la vida
en batalla singular;
tal parece que sus antros
son los antros del infierno,
porque sólo en el Averno
tal fragor puede reinar.

Niños,  jóvenes y viejos
aseguran cerciorados
que mil veces, aterrados,
contemplaron una luz
que surgiendo de sus antros
más recónditos y ocultos,
ver dejaba negros bultos
de diabólico capuz.

Aseguran los antiguos
señalando sus torreones,
que habitado por ladrones
tal castillo siempre fue;
y aseguran con tal fuerza,
que no hay nadie que no crea;
que no hay nadie que en sí vea
la carencia de la fe.

Cuenta un mozo en la comarca
que en las tardes más serenas
trasponía las almenas
de su antiguo murallón;
paseaba por sus patios
impertérrito, y que un día
llegó a tanto su osadía
que internose en la mansión.

Cuenta el mozo que es muy triste;
tan horrible, tan oscura,
que lo embarga la pavura
si en sus antros da en pensar;
que hay en ella un calabozo
tan callado y escondido
que con dudas ha creído
pueda el tiempo hasta él llegar

Que exploró sus aposentos
y bajó a los subterráneos,
donde más de veinte cráneos
con tal miedo brillar vio,
que con gritos estridentes
y sin fuerzas, imploraba
el auxilio que anhelaba
y que nadie le prestó.

Que después de cruenta lucha
dejar pudo aquella fosa;
que en su fuga estrepitosa
por tan fúnebre mansión,
más que auxilio, deseaba
encontrar una salida
que le diese luz y vida;
que le diese salvación.

Que encontró por fin la puerta;
y que habiendo ya salido
del castillo (que había sido
para él tan infernal)
a medida que se iba
de sus muros alejando,
lo miraba, contemplando
su carácter señorial.

El castillo sigue firme,
impertérrito y sereno,
desafiando al campo ameno
con un gesto militar;
y al mirarlo, tal parece
que lo juzga por un loco,
importándole muy poco
lo que pueda murmurar.

José A. del Valle